La fuerza de la humildad

Belén.
Belén.

Además de felicitar a los lectores la Navidad, deseo ofrecer una breve reflexión de lo que considero clave en la Navidad y durante toda la vida, pero que ahora ofrece un prisma más atractivo, suave, amable y más profundo: la humildad. Con los años comprobamos su importancia: el poder de la humildad, la fuerza de la humildad. La humildad ayuda a mejorar, aprender, convivir y calibrar. Para algunas profesiones, más importante todavía: profesores, periodistas, autoridades y directivos.

Adentrarse en la Navidad, vivirla, requiere  humildad. Me parece que es el modo de vivir y conmemorar esta fiesta entrañable, familiar, sin que se quede en una celebración basada solo en comidas, cenas, regalos  y viajes.  Sirve para católicos practicantes, para los que no practican, y para los no cristianos, para todos: la humildad del pesebre, de un Niño en el portal de Belén, que es Dios, y que elige nacer de esa manera para que todos, con sencillez, nos podamos acercar, en vez de haber nacido en un palacio o rodeado de riquezas.

Rezando ante un belén o contemplándolo con paz, hay un mensaje para toda la humanidad: depende de cada uno captar lo que más le incumbe, le interesa o le afecta. Con una actitud de autosuficiencia o de estar de vuelta de todo, la Navidad puede pasar de largo sin ayudarnos.

Hace unos días, un colega elogiaba por escrito a otro periodista por sus grandes cualidades humanas y profesionales, y entre esas cualidades mencionaba la humildad. Existe una visión deformada de la humildad, asociándola a ser encogido, apocado, timorato, “humildico”.  La humildad es activa, porque al asimilar que somos “humus” (tierra), buscamos y peleamos por lo que nos falta, que es mucho, con paz y sosiego.

Tan importante es esta virtud que Miguel de Cervantes, en su obra “Coloquio de los perros”, dice que “la humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y sin ella no hay alguna que lo sea”. Nuestro gran escritor sintetiza magistralmente la importancia de la humildad, no lo dice un teólogo o un santo.

También es útil, de todas formas, recordar la importancia que conceden a la humildad los santos. Como la religión es parte de la cultura, conviene leer de vez en cuando textos religiosos, para enriquecernos, tener criterio y perspectiva, y no quedarnos – como por desgracia sucede con frecuencia – los periodistas con titulares, a ser posible que sean muy llamativos y hasta desconcertantes.

Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, afirmó que “humildad es andar en verdad”. ¡Ahí es nada! Un santo aragonés, San Josemaría Escrivá de Balaguer, afirmó: “Huyamos de esa falsa humildad que se llama comodidad”, y “¡Qué bueno es saber rectificar!...Y, ¡qué pocos los que aprenden esta ciencia!”

Sin humildad, las posibles enseñanzas de la Navidad resbalan, pasan de largo. Con humildad, se siente la necesidad de rezar, de pedir ayuda, sintiéndonos dependientes de Dios y de los demás: ¡que somos seres necesitados! Con fe o sin fe, se puede captar.

Tanto a nivel profesional como familiar, en todos los ámbitos, se agradece estar al lado de una persona humilde, que se esfuerza por serlo, porque siempre tendremos soberbia. El humilde se conoce de verdad,  tiene una actitud constante de aprender, ve las cosas positivas de los demás, escucha, pide ayuda, es realista, opina sin arrollar porque es consciente de lo limitada que todos tenemos la percepción, no se impone, no va dando lecciones siempre y en todo, no lleva la contraria por el placer de significarse, evita el protagonismo sistemático. ¡Cuánto se agradece convivir con una persona así!

 

¡Qué gran fuerza tiene la humildad en el trabajo, en la familia, en la convivencia diaria, y cuántos roces y desánimos evita! La Navidad se aprovecha en clave de humildad, o al menos “humildemente” eso pienso yo. ¡Feliz Navidad!

Comentarios