Deficiencias periodísticas sobre la Iglesia

Ángel Gabilondo, Defensor del Pueblo, en la rueda de prensa sobre el informe de abusos en la Iglesia.
Ángel Gabilondo, Defensor del Pueblo, en la rueda de prensa sobre el informe de abusos en la Iglesia.

Los periodistas somos muy críticos con nuestro trabajo. Lo digo con plena sinceridad y conociendo a muchos colegas. Tiene muchas deficiencias el periodismo actual, y eso también lo afirmo, pero lo simplista es achacarlo solo a la superficialidad, ligereza o preparación profesional de los periodistas, sin conocer la realidad empresarial y profesional de la tarea periodística.

Del mismo modo que afirmo la convicción de las deficiencias que comprobamos, también subrayo que acogemos de buen grado los datos o rectificaciones ante lo que difundimos o publicamos. En esa actitud de no ser prepotentes, reconocer los errores y rectificar, nos jugamos buena parte de nuestro prestigio, que algunos nos dicen que es escaso, siendo benevolente. Paciencia: en todos los sitios cuecen habas.

Hace unos días  varios amigos y conocidos me comentaron que han archivado la denuncia por abusos que se presentó contra un sacerdote. En su día los medios se hicieron amplio eco de la denuncia. A fecha de hoy, y salvo error por mi parte, nada se ha escrito o difundido sobre el archivo de la denuncia. No es ética periodísticamente – y tuvo un eco nacional la denuncia – esta omisión, y va contra una máxima del periodismo, que es seguir la noticia, seguir la historia, no solamente el principio, sino hasta el final.

Sobre la Iglesia, sobre los sacerdotes y religiosos en particular – ya no entro en otra gran cuestión, y es que la Iglesia no es solamente sus ministros, sino también y mayoritariamente los laicos -, en los medios parece interesar casi únicamente lo morboso, lo negativo, lo escandaloso. Y no es solamente por aquello de que “noticia es que un hombre muerda a un perro, no un perro a un hombre”, sino que hay algo más, mucho más.

El informe del Defensor del Pueblo, presentado hace unos días, ocupó los primeros espacios informativos. Los abusos sexuales son una lacra que hay que atajar, por la vía civil y no solamente canónica. Sin embargo,  el cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal, afirmó – y ha vuelto a afirmar este lunes pasado – que los obispos españoles sienten dolor y malestar por la “difamación pública causada por una intencionada y errónea extrapolación, realizada por algunos medios de comunicación” a partir de un dato de la encuesta de GAD3.

Omella ha hablado de la “exorbitante afirmación de que en España hay casi medio millón de abusados por ministros ordenados y consagrados de la Iglesia” cuando el informe del Defensor del Pueblo recoge 373 testimonios que se refieren a 487 víctimas. Estas declaraciones de Omella ya no han tenido tanta difusión, ni hace unas semanas ni este lunes.

Se informa preferentemente sobre la Iglesia cuando hay escándalos. Es evidente – las cifras hablan por sí solas – de que la mayor parte de los abusos suceden en el hogar, en los centros educativos - ¡y únicamente se destacan cuando son centros religiosos, otra parcialidad enorme! -, gimnasios, etc.

Hay evidente animadversión en ciertos sectores hacia la Iglesia, y se nota en la información. Otra causa es que la Iglesia no da publicidad, y los medios no ven peligrar ingresos publicitarios ante informaciones desenfocadas o incluso sectarias.

La Iglesia es la institución que más labor social lleva a cabo sin coste alguno para el Estado, cuestión que “molesta” a ciertos políticos que quieren ser únicos benefactores de los pobres. La vida cristiana, en efecto, lleva necesariamente a la solidaridad, a volcarse en los indigentes y necesitados. Sé de una parroquia que ha logrado cientos de puestos de trabajo para personas muy vulnerables, desde luego mucho más que el correspondiente Servicio de (Des) Empleo.

 

Recuerdo la  frase de un santo aragonés, que puede llamar la atención, pero que, si se reflexiona, tiene una gran hondura: “nadie puede ganar a un cristiano en humanidad”. La fe agranda el corazón, el afán de servir, de dar y de darse: animo a pensarlo un poco.

También es cierto que la Iglesia, como institución, puede seguir mejorando en comunicación. Lo que sucede es que no se guía por el estricto marketing, las cifras, sino que se vuelca con sencillez y discreción, con humildad, en sus fines. No tiene dinero una parroquia para un gabinete de comunicación. En los obispados van convenciéndose de que es conveniente.

En los medios de comunicación tenemos que tener la honradez de informar con precisión acudiendo a las fuentes, a la realidad… aunque no suponga ingresos publicitarios. La religión es parte muy importante del ser humano, y por tanto difundir sobre todo lo positivo de la Iglesia es obligación también periodística.

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