Ternas episcopales… de uno

Bernardito Azua junto al Papa Francisco.
Bernardito Azua junto al Papa Francisco.

Un buen amigo, hoy excelente Nuncio del Papa, me solía decir, cuando debatíamos sobre determinados nombramientos, que podía poner en duda lo que quisiera sobre la idoneidad de los candidatos… hasta el momento en el que el Papa firmaba el nombramiento.

No sé si son muchos los fieles cristianos que se preguntan cómo se nombra  un obispo, quiénes intervienen en el proceso, qué criterios se siguen. Lo normativo está en el Código de Derecho Canónico, cánones 375-380.

En este momento en el que en España proliferan las noticias sobre nuevos obispos, cambios de obispos, esta cuestión adquiere un particular relevancia sobre todo para que no caer en la tentación de, vamos a denominarlos, los “vicios” del sistema.

Está claro que no es baladí el hecho de que se vaya a nombrar obispo a un sacerdote con unas características y cualidades o con otras. Tenemos ya suficiente experiencia para saber que el sistema actual de nombramientos, que no es perfecto, cumple su cometido, salvado la libertad de cada cual, que al final marca la historia. En este proceso no hay padrinos, pero sí padrinazgos. Y ya hemos visto bastante al respecto en la historia reciente.    

Una cantinela repetida por determinada teología, y pastoral, propugna otra forma de nombramiento de obispos, democrática, con la participación del pueblo –quizá por el clásico “en lo que a todos concierne…” o por los ejemplos de la antigüedad-.

Lo que faltaba es dejar el nombramiento de obispos en manos de los procesos de manipulación democrática o de la opinión pública, también democrática y eclesial. Por cierto que algo de esto se da ahora con la existencia de campañas contra sacerdotes y obispos en determinados medios y ámbitos. No olvidemos que un periodista es lo que son sus fuentes.  

Pero vayamos al grano. El primer escalafón está en la Nunciatura. Monseñor B. C. Auza ha trabajado hasta la extenuación en este período de confinamiento. Tenía tiempo, ciertamente, dado que no podía viajar. Cartas, informes y, elaboración de ternas que se envían a Roma, a la Congregación, con un pase posterior por la Secretaría de Estado. Cerca de medio centenar de sacerdotes españoles de un sitio para otro.

La ternas tienen su base en los informes. Es preceptivo el del Presidente de la Conferencia Episcopal, no de la cúpula. Y el de los metropolitanos. Ahí nos topamos con la primera curiosidad hodierna.

En este momento, el Presidente es el cardenal Juan José Omella. Pero, como además es el miembro español de la Congregación de los obispos, para los casos españoles suele intervenir también en la feria determinada de la Congregación como ponente, con la documentación emanada. Pero además, el cardenal Omella tiene línea directa con lo que se llama la Curia de Santa Marta. Con lo saquen ustedes la conclusión del silogismo.

 

Como decía mi admirado Joaquín Luis Ortega, “Paco, ese obispo procede de una terna de uno”.  Si las ternas que presenta el señor Nuncio a Roma son ternas de uno, y ese uno, además, pertenece a la constelación de quien o quienes pilotan el proceso, blanco y en botella. Sobre la fenomenología de las constelaciones, habría mucho que escribir…

Desde que Manuel Cuenca Toribio escribiera aquella “Sociología del episcopado español” está pendiente analizar las constelaciones recientes de obispos.

Pero no saquemos la conclusión de que todos los obispos que se van a nombrar en España los va a hacer el arzobispo de Barcelona. Hay otros cardenales que también intervienen. De forma muy destacada, por cierto, monseñor Ricardo Blázquez, que, todo hay que decirlo, suele tener buena mano en eso de la fabricación de obispos.

Está claro que quien garantiza la solvencia hasta cierto punto, según los criterios normativos, y la pluralidad de base, es el Nuncio Apostólico en España. Ya sabemos, como decía Aristóteles, que el final también está en el principio. Su papel es condición necesaria, y veremos si suficiente, para que la Iglesia, también los fieles, tengamos en un futuro obispos santos y sabios, que se decía antes.

Con el Concilio Vaticano II, “servidores de todos”, y no solo de los suyos.

                       

                                    José Francisco Serrano Oceja

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