Teófilo González Vila

Teófilo González Vila.
Teófilo González Vila.

La muerte no suele llamar dos veces. Hace unos días recibí el escueto mensaje que acompaña siempre el desgarro de una despedida definitiva.

“Nuestro compañero Teófilo González Vila acaba de fallecer”.

Tuve que leer varias veces el texto. La primera reacción es la humana negación calculada, una especie de regate a una realidad que ya ha sucedido, que se nos ha impuesto.

No podía ser. ¡Pero si hace unos días bromeaba con Alfredo Mayorga sobre una llamada telefónica pendiente para decirle a Teófilo que no se podía saltar la próxima reunión del nuevo Comité Ejecutivo de Católicos y Vida Pública…!

A medida que pasa el tiempo es más cierto aquello que dijo el Maestro, no sabemos ni el día, ni la hora. Teófilo ya no está con nosotros. Teófilo ya no matizará determinadas afirmaciones imprecisas, ni frenará los ímpetus de una respuesta acalorada ante una “chorrada “ de esas tan frecuentes en determinados ámbitos…

Quien fue catedrático de Filosofía de Instituto, discípulo predilecto de don Sergio Rábade, alumno, cuando ya estaba jubilado, de la Facultad de Teología de san Dámaso, el Teófilo que sabía más latín que los profesores de la Facultad, y al que hubo que habilitarle un nivel avanzadísimo, ese Teófilo, compañero del alma en la Asociación Católica de Propagandistas, se ha ido ya.

Aún recuerdo que, en uno de los muchos cafés que nos hemos tomado al final de una mañana de trabajo en la biblioteca de san Dámaso, me contaba que imaginaba la muerte, el tránsito, como el momento en el que un niño viene al mundo, el paso de una realidad y vivida en el tiempo y en el espacio que habitamos a una dimensión diferente, pero ya presente en nosotros.

Así era Teófilo, fiel amigo de sus amigos y hombre sin el cual no se entendería la historia reciente de la educación española, en la que llegó a ocupar relevantes cargos ministeriales.

Teófilo, un hombre bueno, con una inteligencia privilegiada y un sevillano sentido de la ironía de la vida, ya no está. No era infalible, y lo sabía. Ordenado, meticuloso, puntillista, desesperadamente metódico, kantiano práctico por ser tomista... Era humano, muy humano, tan humano como agraciado por una fecunda vida de apostolado intelectual.  

 

Y profundamente cristiano, porque lo había apostado todo a construir su vida, junto a su querida Cristina, en torno a la verdad, el concepto, la reflexión sobre la verdad que hace más fecunda la vida y que no abandonó nunca.

Odiaba la mentira, el engaño, la hipocresía, la traición, la falsedad, la mediocridad. Era quizá, en algunas maneras, de otro tiempo, el tiempo de los caballeros, de los aristócratas del pensamiento.  

Sabes, querido Teófilo, que en no pocas ocasiones, después de la noticia de tu muerte, hemos dialogado con el lenguaje de la comunión de los santos. Y lo seguiremos haciendo, porque te debo tanto...

Descansa en paz, querido amigo. 

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