La ponencia de monseñor Tejado

Monseñor Segundo Tejado.
Monseñor Segundo Tejado.

No son muchos los españoles que, en este momento, prestan sus servicios en la Santa Sede en destacados puestos de servicio. De entre una escasa media docena se encuentra monseñor Segundo Tejado, sub-Secretario del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral. Una especie de limosnero del Papa para las grandes catástrofes. Un hombre que sabe de misión y periferias. No en vano comenzó su ministerio sacerdotal en Albania, Iglesia en la que llegó a ser director de Cáritas y subsecretario de la Conferencia Episcopal.

Monseñor Segundo Tejado ha participado en estos días en el Congreso sobre la Iglesia en salida, celebrado en el incomparable marco de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico.  

Su intervención tenía el enigmático título de “Alcanzar las periferias”. Tengo que confesar que su testimonio de presencia en las periferias geográficas y existenciales, en este mundo, dejó boquiabiertos a los numerosos asistentes al congreso.

El concepto de periferias, por más que se repita, no es un concepto más de este pontificado. El Papa Francisco ha aclarado su naturaleza a lo largo de su magisterio.

La experiencia de monseñor Tejado es que siempre que ha llegado a una periferia geográfica, allí estaba la Iglesia. Y, en su intervención, ha recordado algunos momentos en los que ha cumplido la misión de llevar “la caricia del Papa” ante catástrofes que habían desolado regiones enteras.

Pero lo que más ha sorprendido de este oficial del dicasterio para el Desarrollo Humano Integral ha sido la reflexión antropológica sobre las periferias existenciales de la humanidad. Si la periferia es el espacio que rodea el núcleo, un centro, el problema contemporáneo es el corazón que se afirma a sí mismo creando periferias, asentando la cultura del descarte para los otros.

La mirada de uno desde el centro es la mirada solipsista; la mirada de las periferias es la mirada de la caridad, que consiste en ver las cosas como las ve Dios. La caridad es el corazón que ve. Por lo tanto, alcanzar las periferias existenciales significa una salida de sí mismo, dejar de vivir para sí mismo para que Cristo ocupe nuestro centro. Y al ocupar Cristo nuestro centro, el centro de nuestra vida, de la Iglesia, pasar de la periferia a la persona.

El abrazo, como condición del encuentro, significa tener un corazón que ve a los demás no como una periferia de nuestra vida sino como el interlocutor necesario de un común integral desarrollo.

 
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