Un obispo que predica sobre el martirio

Munilla.
José Ignacio Munilla.

Me ha llamado la atención la homilía que el obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, pronunció el día de la fiesta del santo patrono de la ciudad.

Ante las autoridades civiles, el cabildo, los sacerdotes y muchos fieles, monseñor Munilla habló sobre el martirio, “el mejor antídoto frente a dos tentaciones de nuestros días, que tienen su origen tanto en Oriente como en Occidente”.

¿Cuáles son esas tentaciones? “El martirio –dijo- es totalmente antitético al fundamentalismo, capaz de matar por una ideología; al tiempo que es igualmente contrario al relativismo, que no está dispuesto a mover un dedo para impedir que nuestras raíces cristianas sean aniquiladas”.

Pero el acierto de la homilía estuvo en poner un ejemplo concreto de martirio de nuestra época. Y eso es lo que hizo. Contó la historia de una religiosa de las Salesas, de origen guipuzcoano, vasco parlante, que vivía en el convento de la madrileña calle Santa Engracia. María Cecilia Cendoya y Araquistain, se llamaba. Edad, 26 años.

La historia fue la siguiente. Reproduzco lo dicho en la homilía por el obispo: “el 18 de noviembre de 1936, fueron detenidas las siete religiosas que habían decidido permanecer en el monasterio. Antes de subir a la furgoneta donde las llevaban presas, repartieron entre el vecindario los pocos bienes que tenían, conscientes de que no iban a necesitarlos. Fueron trasladadas por los milicianos desde el monasterio directamente al cementerio para ser fusiladas. Y allí aconteció algo inaudito: las religiosas eran fusiladas de una en una, quedando nuestra azpeitiarra-azkoitiarra la última. Aprovechando un momento de confusión, la joven monja huyó, sin que sus verdugos pudiesen alcanzarla…

Corrió sin parar durante mucho tiempo. Su instinto la llevó a escapar de la muerte, pero al mismo tiempo se le clavó en su corazón el pesar por haber abandonado a sus hermanas y por haber huido del martirio. Finalmente, se topó con dos milicianos a los que les confesó que era monja y que estaba huyendo. Estos dos milicianos, que eran de buen corazón, se compadecieron de ella e intentaron salvarla. Uno de ellos, incluso, se ofreció para llevarla a su propia casa con su mujer. Pero María Cecilia agradecida, no quiso aceptarlo, prefiriendo entregarse; y fue trasladada a la checa de Hermosilla, donde moriría mártir meses más tarde. Algunas compañeras de la checa dieron testimonio de que, durante su cautiverio, rezaba continuamente, consolaba y ayudaba a los demás, y de que cuando alguien le aconsejaba que ocultase su condición de religiosa, ella manifestaba con mayor determinación: “¡Soy monja, soy monjita!”…”.

¿Alguien se imagina la cara de las autoridades civiles presentes en el acto? ¿Alguien se imagina a algún obispo contando historias de martirio de la persecución religiosa de principios de siglo XX en la predicación de su catedral ante determinadas autoridades civiles?

No es mala pedagogía para entender qué es y significa el martirio y para tener claro lo que nos ha pasado. Y no hace mucho.

 
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