Mensaje también para los jesuitas

Adolfo Nicolás, en la Congregación número 35, cuando fue elegido Padre General.
Adolfo Nicolás, en la Congregación número 35, cuando fue elegido Padre General.

Le debo a un buen amigo, cuyo nombre no voy a citar para no levantar polvareda, que haya sido el primero en poner en valor, a través de una columna periodística, el texto del que fuera Prepósito General de la Compañía de Jesús, el P. Adolfo Nicolás, publicado el último número de la revista Jesuitas. También está en la red.

Según se dice en la entradilla del denominado “Testamento del P. Nicolás”, estos apuntes estaban destinados a una “posible carta a la Compañía”, que no fue tal. Ahora se hace público con el permiso que dejó el P. Nicolás. 

No quisiera yo, con esta referencia, ni envolver el significado, ni reducir su carga simbólica. Voy, permítanmelo así, a reproducir dos párrafos iniciales del escrito a modo de cata. Está claro que es selectiva, toda elección es selección. Para una mayor profundidad en lo dicho, remito a la fuente.

Dice el P. Adolfo Nicolás:

“Durante algún tiempo, los religiosos nos hemos preguntado acerca de nuestra vida en la Iglesia y el poder y la atracción de nuestro testimonio. No se necesita una visión extraordinaria o un análisis profundo para darse cuenta de que lo que llamamos Vida religiosa ha perdido algo de su impacto en la Iglesia y fuera de sus muros. Por supuesto, esto no es universal. Algunos grupos de religiosos han mantenido e incluso aumentado su credibilidad por la autenticidad de su vida, su servicio a los pobres o la profundidad de su oración. Sin embargo, las preguntas persisten”.

“En otras palabras, las personas religiosas que quieren representar el Evangelio de Jesucristo tienden a ser débiles frente a las ideologías y al pensamiento ideológico. Tenemos dificultades con las ambigüedades y las áreas grises de la realidad. Debido a que estamos capacitados para un compromiso total, proyectamos fácilmente la verdad total sobre cualquier compromiso al que nos sentimos llamados, y nos volvemos ciegos a los matices, las ambigüedades e incluso las contradicciones de una cosmovisión en blanco y negro. Durante un buen número de años estuvimos divididos en nuestras congregaciones religiosas –incluida la Compañía de Jesús- entre los del sector social y los de la educación; entre los que sirven a los pobres y los que sirven a la élite. Justificamos –o tratamos de justificar- las elecciones teológicamente, sin darnos cuenta de que se trataba realmente de una operación ideológica. ¡Qué distracción! No siempre entendimos que una opción preferencial por los pobres era una opción por amor, desde el corazón, desde adentro, como cuando Jesús sintió compasión por las multitudes pobres. Una opción por los pobres no se puede exigir a los demás, porque tiene que venir del corazón. Sin esta importante idea, tradujimos opción preferencial como obligación moral y nos sentimos justificados al exigir esto a todos, bajo la amenaza de considerarlos menos cristianos, menos comprometidos, menos evangélicos. Cuando lo llevamos al extremo, ni siquiera podíamos tratar con ellos como hermanos y hermanas; eran traidores a la causa del Evangelio”.

Por favor, sigan…

 
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