Ideologías del mal

Baños mixtos.
Baños mixtos.

Mientras el mercado, la técnica y la comunicación trabajan para los Estados ideológicos, la ingenuidad de algunos intelectuales nos arrastra hacia la deriva de un mundo en el que las nuevas forma de totalitarismo no tienen más oposición real que la enseñanza derivada de la escatología.

A las formas totalitarias en nuestros días se le renueva constantemente el contenido, la materia. Hagamos caso a C. Fiedrich y Z. Brzezinski cuando enumeran los criterios que caracterizan los regímenes totalitarios: una ideología oficial que abarca todos los sectores de la vida social, un partido único enraizado en las masas, un sistema político organizador del terror, un control monopolístico de los medios de información y de comunicación, un monopolio de los medios de combate y una dirección centralizada de la economía.

¿Les suenan estas características al proyecto de algún partido político en el presente social de España?

Si aplicamos la doctrina de Montesquieu, en la que afirma que todo régimen político tiene una naturaleza –aquello que le hace ser lo que es-, y un principio –aquello que lo hace actuar-, preguntémonos qué es lo que está haciendo el gobierno de Sánchez con el régimen democrático español, con la democracia nacida del consenso de 1978.

Bien merece este momento recordar lo que Juan Pablo II nos dijo en su libro “Memoria e identidad”. No es solo un texto de teología de la historia, es una autobiografía intelectual de un europeo que lucho contra el totalitarismo en sus formas históricas, llamémoslas primigenias en la modernidad.

El mal en la historia existe y se manifiesta. Ha adquirido muy diversas presentaciones y representaciones. En el siglo XX se ha revestido de formas totalitarias, de comunismo y de nacionalsocialismo, sistemas construidos sobre las ideologías del mal. Hoy se encuentra sibilinamente en las propuestas reduccionistas de la naturaleza personal y social, y en los principios que conforman el orden social.

Un ejemplo es la nueva racionalidad tecnológica y su prometéica pretensión de actuar tanto en las fuentes como en las estribaciones de la vida. Ya lo decía Herbert Marcuse: “El universo totalitario de la racionalidad tecnológica constituye la más reciente encarnación de la idea de razón”.

Estremecen, sin duda, algunos párrafos del testamento filosófico de Juan Pablo II: “No obstante, se mantiene aún la destrucción legal de vidas humanas concebidas, antes de su nacimiento. Y en este caso se trata de un exterminio decidido incluso por parlamentos elegidos democráticamente, en los cuales se invoca el progreso civil de la sociedad y de la humanidad entera. Tampoco faltan otras formas graves de infringir la ley de Dios. Pienso, por ejemplo, en las fuertes presiones del Parlamento Europeo para que se reconozcan las uniones homosexuales como si fueran otra forma de familia, que tendría también derecho a la adopción. (…) Se puede, más aún, se debe, plantear la cuestión sobre la presencia en este caso de la ideología del mal, tal vez más insidiosa y celada, que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia”.

¿Está la democracia inmunizada contra el totalitarismo de las ideologías del mal? ¿No será necesario un “prius”, un “antes” que se derive de la dignidad de la persona humana? ¿Podemos estar constantemente debatiendo sobre la fundamentación de los derechos humanos, mientras la ideología totalitaria actúa sobre la vida de las personas e inocula el virus de la paralización sistemática de la capacidad de encuentro con la verdad?

 
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