La foto, el rostro y la mirada del Papa

Pedro Sánchez junto a su mujer, Begoña Gómez en la audiencia con el Papa Francisco.
Pedro Sánchez junto a su mujer, Begoña Gómez en la audiencia con el Papa Francisco.

Dicen los vaticanistas que el Papa Francisco estaba, el pasado sábado cuando recibió al presidente Sánchez, cansado. Y que se le notaba. La foto oficial es todo un poema.

En medio del negro protocolario, que se impone no sobre fondo gris, sino sobre fondo blanco, un negro de monarquía española cuando se las tenían tiesas con los papas, en medio de un grupo en el que las mujeres eran mayoría, con la expresión de esa semiinconsciente soltura alegre y juvenil por parte de la primera dama, y de un rictus más fruto de la tensión controlada que de la espontánea comodidad por parte del inquilino de la Moncloa, el Papa Francisco miraba de frente a la cámara con los ojos bien abiertos, como dándolo todo de sí para la historia.

Como queriendo mostrar todo lo que es y todo lo que tiene, como queriendo decir sin palabras, como queriendo enseñar lo que, en el silencio de la conversación provocada, minutos antes, había sido un encuentro con no pocas coincidencias. Una lección de sabiduría, de esa divinidad y humanidad que se encierra en el sucesor de Pedro y en el discernimiento de un hombre que ha añadido a su persona los aditamentos de la aceptación pública mundial, del imaginario global. La mirada taladradora de la buena imagen del Papa.

 Podemos pensar que nos fijamos en el Papa por lo que es, y significa, no solo por lo que dice y hace. El rostro del Papa mostraba una seriedad y una gravedad no común, forma de expresar una misión cumplida con creces, pero que ha requerido un esfuerzo añadido, en una semana en la que se habían acumulado los bochinches para el aparato encasquillado de la comunicación vaticana.

El Papa se ha impuesto, el Papa se ha convertido en el centro, el foco, la diana. Y el presidente del desgobierno de España se ha quedado para vestir pandemias, crisis constitucionales y retazos de un país, de una nación y de una patria. Por mucha altura física que tenga Sánchez, la impresión, por las imágenes, las fotos y el vídeo, o los vídeos de lo ocurrido el pasado sábado cabe los muros vaticanos, es la de la exigua media de sí mismo. Ahí no había estrategias de comunicación, ni manipulaciones de la opinión perversas.

Es posible que lo que haga grande a Sánchez sea una mixtura de ambición desmedida y de carencia de escrúpulos. Pero al lado del sucesor de Pedro, de la piedra, del crisol de verdad, de justicia y de caridad, lo mundano, lo humano que se proyecta como un deseo insatisfecho, queda en nada. 

Al final, la Santa Sede se hizo, incluso ante la misiva de los intelectuales católicos que pedían que se apropiara del relato de la entrevista, con una de esas genialidades diplomáticas en forma de publicación del vídeo del discurso del Papa. Y lo que han quedado son los titulares de la ideología, que no he visto haya retuiteado Pablo Iglesias.

Porque lo que se respiraba, en esa foto final de la visita, en una mañana lluviosa en Roma, de tiempo desfondando y de climatología adversa, es que el Papa llegaba con su mirada hasta España, y se encaraba con cada uno y cada una de los del Consejo de Ministros, y les recitaba de memoria, mirándoles fíjamente a los ojos, lo más cierto de lo que proclama el Evangelio.

Por cierto, y en el relato de la Santa Sede, en el comunicado final, la referencia a la Iglesia local, que es como decir que la sombra de la mirada del Papa será la convidada no de piedra en cada reunión entre la Iglesia y el Gobierno.

 

Espero que no tengamos que decir pronto, muy pronto, que a Pedro Sánchez se le ha olvidado esa mirada…

           

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