No sé si estoy seguro de Segura

Mons. Joseba Segura, obispo de Bilbao.
Mons. Joseba Segura.

Lo previsible se ha cumplido. No me refiero al cardenal Segura, del que tampoco estoy seguro sobre algunas versiones historiográficas que se han escrito recientemente sobre su persona. Pero ése es otro tema.

Me refiero a monseñor Joseba Segura que acaba de ser nombrado obispo de Bilbao. Ya se ve que esa diócesis rueda a sus auxiliares y les prepara para titulares.

Esta tarde el teléfono no ha dejado de sonar. Determinado exilio católico vasco en Madrid no ha parado de darle vuelta a la rueda de este nombramiento.

Ocurre además que, la pasada semana, estuve en un Seminario con históricos dirigentes socialistas, algunos de ellos destacados políticos vascos. Yo iba por la cuadra demócrata-cristiana, o eso dicen, y de lo que tenía que hablar es de la historia del periodismo.

Pero, como no puede ser menos, saltó la liebre de la Iglesia y se armó el lío. La cuestión fue la Iglesia y el terrorismo, la Iglesia y el nacionalismo, en el País Vasco y en España. La verdad es que el meollo del diálogo era sobre la Transición, la reconciliación de los españoles, la Constitución, y el enfado de los históricos socialistas con los actuales. Pero en una conversación libre pasan estas cosas.

Tengo que confesar que aprendí mucho de la cultura histórica del socialismo. También del vasco, en particular de la Agrupación de Vizcaya, de las viejas y de las nuevas generaciones. Y de la imagen que tenían estos hombres, protagonistas ineludibles de nuestra historia, de la generación de obispos, Setién, Uriarte…

Y ésta es la cuestión que nos ocupa. No conozco a monseñor Segura. Sé algo de su vida. Por ejemplo, que ha sido una persona cuidada por los jesuitas de Deusto. Un dato curioso, del que no se suele hablar, es su tesis doctoral que se titula “Guerra imposible: la ética cristiana entre guerra justa y no-violencia”. Me han contado las intervenciones que se produjeron en la defensa de su tesis.

En la biografía de monseñor Segura también aparece monseñor Uriarte. Y ahí algún día tendré que contar algo. Para los apuntes de memoria.

Es una evidencia que el nombramiento de, primero, Fernando Sebastián y luego Francisco Pérez, como arzobispos de Pamplona; de monseñor Blázquez y después Iceta, para Bilbao; de Munilla, en San Sebastián; y Elizalde, en Vitoria, representaban y representan, en sí mismo, un mensaje simbólico respecto de un perfil de obispo nada relacionado o ligado al nacionalismo. Una consecuencia entonces no solo del pontificado de Juan Pablo II sino de una apuesta de, digámoslo claro, Rouco y Roma, para romper ciertas dinámicas en esas Iglesias.

 

Por cierto que Elizalde, me dicen, está consiguiendo un Seminario de primera.

Ahora estamos en otro escenario con el que se vuelve, al menos en Bilbao, a un perfil que no despeja la hipótesis de la relación, incluso de la influencia, también en este nombramiento, del nacionalismo. Nacionalismos hay muchos. Por favor, que alguien diga algo de la influencia del PNV ahora… en Roma.

Que no se despeje la sospecha no significa que prime o se vaya a imponer. Aflora de nuevo. Lo que ya sabemos, por comprobación histórica, es la esterilidad que provoca la religión nacionalista sustitutoria. No voy a hacer referencia por cierto a recientes estadísticas sobre la creencia en Dios de los jóvenes vascos.

Con el cambio de monseñor Iceta, y el nombramiento, en lógica vizcaitarra, de monseñor Segura, se produce además el fenómeno del contraste, que puede salir bien o no tan bien. Es decir, los perfiles distintos, que esperemos no distantes, entre Munilla y Segura van a provocar la alineación a uno o a otro. Y esto siempre es peligroso.

Habrá que esperar. No se pueden, ni se deben, hacer juicios precipitados. Pero el contexto de la historia es el que es.  

También tengo que aclarar que un buen amigo, a quien le reconozco mucha autoridad en esto, me dice que mi inseguridad es infundada. No niego que pueda tener razón. Pero alguien tendrá que convencer a no pocos vascos, y no solo vascos, que no solo viven en Madrid, que no hay problema, y que podemos estar seguros de que no estamos instalados en el péndulo de la historia.

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