Don Juan Carlos y la Iglesia en España

Juan Carlos I.
Juan Carlos I.

El Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal ha emitido un escueto comunicado con motivo de la marcha de España del rey emérito Juan Carlos I. Expresan los obispos “el respeto por su decisión y el reconocimiento por su decisiva contribución a la democracia y a la concordia entre los españoles”.

Está claro que a la Iglesia en España le ha ido siempre mejor con la monarquía que con la república. No creo que haga falta ofrecer más datos al respecto.

En la perspectiva personal, privada, en la media en que un rey tiene vida privada, don Juan Carlos I ha sido un monarca formado en la fe católica desde niño. En su nada fácil biografía aparecen además destacados nombres de sacerdotes y de religiosos como preceptores. Personas que le produjeron una profunda huella.

Recuerdo ahora una entrañable conversación con el capellán de la Casa Real sobre la personalidad religiosa de don Juan Carlos. Podríamos decir que fue una conversación acerca de su sincera religiosidad y su natural forma de acercarse a los sacramentos.

Desde que cogió las riendas de la Transición democrática, don Juan Carlos supo cuál era el papel de la Iglesia en el proceso de reconciliación y de venida de la democracia a España.

Convendría ahora recordar, por ejemplo, lo que don Marcelino Oreja cuenta sobre aquel previo al primer consejo de ministros de la democracia, presidido por el rey y con Adolfo Suárez de Presidente. Lo primero que pidió el rey emérito es que le aclararan qué pasaba con la Iglesia, cuáles eran los asuntos pendientes. Entonces dio la indicación  de que se resolvieran cuanto antes. Y a Roma se fue don Marcelino a solventarlos.

Sin afectaciones, sin clericalismo, o regalismo al uso, tan de moda ahora en determinados sectores políticos, y eclesiales, el rey Juan Carlos ha sabido favorecer la libertad de la Iglesia en su actuación cotidiana.

No digamos nada del afecto con el que los papas, empezando por Pablo VI, han tenido a don Juan Carlos y a la familia real. Sin el concurso del monarca no se hubieran podido producir los viajes de los papas a España, uno de los datos más significativos del catolicismo español contemporáneo.

Al margen de los errores y de los pecados personales –el que esté libre de pecado, ya sabe…-, la noticia de la marcha del rey Juan Carlos no es una buena noticia, a la postre, para la sociedad española ni para la Iglesia. En este aspecto de las relaciones con la Iglesia, don Juan Carlos siempre supo estar a la altura de su función.  

 

Como diría el cardenal Rouco Varela en el discurso inaugural de la Asamblea Plenaria, de noviembre de 2001, en las vísperas de la visita de don Juan Carlos y doña Sofía a los obispos, “este reconocimiento agradecido se extiende al servicio prestado por la Monarquía el mostrar en la práctica de todos los días que no sólo no son irreconciliables la tradición católica, la profesión católica de la fe de la inmensa mayoría de los españoles y los principios de libertad política, social y cultural formulados con toda nitidez en la doctrina conciliar sobre la libertad religiosa, sino que, por el contrario, con su conciliación sale favorecido el bien común”.

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