Al concluir la Asamblea del Sínodo

La III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de Obispos ha concluido. Hemos visto que los Padres sinodales coinciden en muchos puntos, en más de los que discrepan. Como cristiano, lo que ocurre en el Sínodo me afecta y es objeto de mi oración y, en contextos apropiados, de mi conversación, que procuro que esté inspirada por la caridad —y pido perdón por las veces que no es así en mi pensamiento o en mi palabra, en mis obras y omisiones.

Lo primero que nos ha enseñado el Papa Francisco es la necesidad de hablar y escuchar con caridad y franqueza y buscando la verdad, procurando estar atentos al soplo del Espíritu y sabiendo que somos pecadores. Gracias, Santo Padre. Las discrepancias son cuantitativamente pocas, pero agudas y sensibles, y versan sobre temas en los cuales lo disciplinar y lo pastoral parece mezclarse con lo doctrinal.

Entre otras cuestiones, ha sido objeto de muchos comentarios la discusión en torno al tratamiento de la homosexualidad. Conviene indicar al respecto que proponer el amor y el acercamiento a las personas que sienten una fuerte y arraigada atracción hacia personas del mismo sexo no es una novedad propiamente hablando: ese modo de proceder forma parte de hecho de la doctrina de la Iglesia (vid. Catecismo de la Iglesia Católica, 2358). Ciertamente, los avances pastorales en este punto sólo pueden lograrse, a mi entender, por vía de la insistencia y el énfasis en la caridad siempre nueva y en la verdad siempre antigua, que son una y la misma cosa: Sero te amavi, pulchritudo tam antiqua et tam nova! («¡tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva!»: San Agustín).

Otra cosa sería entender que el fundamento de dicha actitud sería un hipotético reconocimiento, más o menos indirecto, de esa «orientación sexual» como un tertium genus junto al varón y la mujer: eso ya no sería un acercamiento pastoral sino una tergiversación de la naturaleza, del logos siempre antiguo y, por lo tanto, un signo de apartamiento de la caridad siempre nueva.

El mayor énfasis en el amor es un signo de buen espíritu; el buenismo que buscara ganar simpatías aunque sea a costa de la verdad sobre la persona, no es —no puede ser y no ha sido nunca— el camino de la Iglesia. Incluso aquellas personas cuya complacencia puede parecer que se ganaría a corto plazo faltando a la verdad, serían en realidad víctimas de nuestra falta de veracidad, porque les negaríamos lo más grande que una persona puede dar a otra: el reconocimiento de su dignidad incondicional, veraz, sincero, con caridad y claridad.

 
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