Entre la vida y la muerte

Para estos próximos días se anuncian, entre otras, dos manifestaciones  sobre un asunto de interés general: la vida y la muerte del ser humano.

Dos manifestaciones. Una por el SI a la vida del concebido y vivo en el seno de su madre; pidiendo el reconocimiento del derecho a nacer; o mejor, a seguir viviendo, porque nacer ya ha nacido, con libertad y alegría, no ya en el vientre, sino en los brazos y de la mano de su madre y de su padre.

Otra, por el NO a la vida del concebido y vivo en el seno de la madre; negándole el derecho a salir del seno materno y a saltar y a dormir, libre y gozoso, en los brazos y de la mano de su madre y de su padre.

Cuando luchamos por el reconocimiento de  la igualdad de oportunidades para todos los hombres y mujeres, mantenemos todavía en las leyes del país la desigualdad de los posibles ciudadanos en el momento crucial de reconocer su derecho a ser libres e independientes, desde el momento en el que se corta su cordón umbilical.

Si fuera posible, en la manifestación por la Vida, estarían en primera línea los millones de ciudadanos a los que se les ha negado el derecho a deambular libremente por las calles de la ciudad.  Entre ellos, en un coro angélico, las criaturas de síndrome Down, que tienen un lugar en el Cielo después de habérseles negado un rincón en la tierra.

En la manifestación por el “derecho” a matar, a quitar la vida a quienes ya la tienen, a excluir de la vida a quienes ya la han recibido de Dios, a imponer la desigualdad entre los seres humanos,  estarían todos los que han llenado de sangre inocente los caminos de la historia de los hombres, desde Caín hasta el recién estrenado califa del estado “islámico”  que está sembrando el terror y la muerte.

Y en espera de las manifestaciones, una grabación de apenas un par de minutos, al alcance de cualquier en youtube, muestra el cuerpo muerto de una niña de 24 semanas, que agotó su vida naturalmente en el seno materno: ¿quién se atrevería a decir, ni siquiera a pensar, que la niña no es un “ser humano”, a quien su madre echará en falta toda su vida?

La civilización que estamos construyendo –queramos o no, los hombres siempre construimos civilizaciones, modos de entendernos entre nosotros para vivir en paz y no matarnos apenas nos encontremos al salir de casa- será civilización de vida o civilización de muerte. La civilización de muerte se suicida sola, se agosta, porque quema las semillas de la nueva vida.

Como la historia de las civilizaciones no es cuestión única y exclusivamente de hombres, siempre renacerán civilizaciones  de  vida que devolverán al mundo la alegría de vivir, la sonrisa de los niños y de las niñas Down, que volverán a levantar catedrales en las que coros de hombres y de mujeres elevarán su voz a Dios en agradecimiento por haberles dado la vida, por haber compartido la vida con ellos; por haberlos creado “a su imagen y semejanza”.

 

Las manifestaciones anunciadas harán sus recorridos con más o menos gente. Los gobiernos podrán acoger el derecho a la vida de todos, o hacer oídos sordos a la vida y adormecerse en el silencio de la muerte. La vida de los hombres seguirá engendrándose en el seno materno hasta el fin del mundo,  hasta la eternidad.

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com


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