La sonrisa de dos abuelas

Manos de abuela y nieta.
Manos de abuela y nieta.

A distancia de apenas un par de semanas he tenido la oportunidad de vivir muy de cerca el gozo y la sonrisa de dos abuelas. Sonrisas y alegrías que, sin temor a equivocarme, me dieron la impresión de que reflejaban el gozo y la sonrisa de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Era el octavo hijo del matrimonio de una hija.  La abuela no cabía en sí de gozo. Después del séptimo, su hija había perdido de forma natural dos criaturas de apenas unas semanas de vida. Consciente de que esas criaturas estarían ya gozando de Dios, volvió a quedarse embarazada, y a la Virgen, en su advocación del Carmen, le encomendó que se hiciese cargo de aquella vida que había comenzado a vivir en su seno.

Apenas con una semana de vida fuera del seno materno, la criatura fue bautizada. Todos los hermanos quisieron tenerla en brazos, y abrir así su corazón para acogerla en la familia. Todos alrededor de la pila bautismal mientras el sacerdote derramaba sobre su cabeza el agua bautismal diciéndole: “María, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

La abuela, un poco apartada, lloraba y sonreía. Era la nieta número veinticinco.

La segunda abuela acababa de cumplir los 75 años. Hacía apenas un año que había acompañado a su marido en el camino final de su recorrido en la tierra, y le había ayudado a prepararse con cariño y devoción al encuentro definitivo con Jesucristo.

Su hijo menor, y su esposa, se habían apartado de la práctica religiosa desde hacía ya un buen número de años. Sus cuatro hijos estaban bautizados gracias a las oraciones de la abuela, que les había preparado para la Primera Comunión, y estaba ya ayudando al primero de ellos, para recibir la Confirmación.

La casa de la familia, la abuela vivía sola, no facilitaba mucho la piedad de las cuatro criaturas. Ninguna imagen de la Santísima Virgen, ningún Crucifijo, estaban a la vista ni en las habitaciones, ni en los pasillos de la vivienda. Era la abuela la que les animaba a no dejar la Misa, a rezar al acostarse y al levantarse, y a confesarse de vez en cuando.

Y así la conocí yo. Después de presentarme al primer nieto, vinieron a recibir el sacramento de la Reconciliación los otros dos que le seguían, y al final me presentó a una nieta de ocho años que se está preparando para recibir la Primera Comunión. Todos los nietos quieren mucho a la abuela, y con ella, rezan por sus padres para que se conviertan, y puedan encontrarse todos juntos un domingo en la Santa Misa.

Un día, estos cuatro hermanos darán muchas gracias a Jesús, que les ha regalado una abuela que les acompaña en el camino de vivir con Jesús, como buenos cristianos, hijos de Dios; y que les anima a rezar para que su madre y su padre se vuelvan a acercar a los Sacramentos, y descubran a Jesús y a María, en el camino de sus vidas.

 

Se habla de vez en cuando de los riesgos ante los que nos encontramos los seres humanos en este momento de nuestra historia, y se subraya el cambio climático y sus posibles consecuencias. ¿No valdría la pena dejar el cambio en manos de los que verdaderamente saben de él, y tener mucho más presente el descalabro de las familias, y la pérdida de la transmisión de la Fe que también se da, por desgracia, en familias que han nacido con el Sacramento del Matrimonio?

ernesto.julia@gmail.com

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