Sinodalidad: una voz

Conclusión de un Sínodo de los Obispos. (Vatican Media)
Conclusión de un Sínodo de los Obispos. (Vatican Media)

En vista de que en su parroquia apenas diez feligreses participan en las reuniones “sinodales”, un grupo de jóvenes profesionales se han dado cita en un café y han comenzado a hablar de la situación de la Iglesia con un aire un tanto informal.

No se han considerado a sí mismos representantes de nadie ni de nada. Hablaron por cuenta propia; y no se les ocurre expresar sus opiniones en nombre de “los jóvenes”, de los “profesionales jóvenes”; y por supuesto, ni representantes de un barrio, ni de los feligreses de una determinada parroquia. Todos hablaron por cuenta propia.

Me limito a transcribir el texto de sus peticiones tal cual ellos me lo han mandado. Me aclararon que el escrito no se atiene al orden establecido por el vademécum del sínodo, porque pensaron que eso de discernir y decidir, de escucha, de sinodalidad, etc., les parecía que no les afectaban mucho.

Esto es lo que piden al Sínodo.

1.-Que se nos anime a conocer mejor nuestra Fe. Estudiar el Credo, conocer mejor la historia de la Iglesia. Leer con frecuencia el Compendio del Catecismo de la Iglesia, para hacernos cargo de las verdades fundamentales del Cristianismo. Entre bautizados no es extraño encontrar jóvenes que no saben de qué hablan al nombrar a la Santísima Trinidad.

2.- Que se nos anime a leer con más frecuencia el Evangelio, como recuerda de vez en cuando el Papa. Y nos referimos al Nuevo Testamento completo: los Cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, en los que se ve que la Iglesia está “en salida” desde sus primeros pasos; y las Epístolas de san Pablo, las Cartas de san Juan, de Santiago, de Judas y de san Pedro; y el Apocalipsis. Necesitamos conocer mejor a Jesucristo, que confesamos ser Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, y sus enseñanzas, que son eternas, y que no se tienen que acomodar a ningún “espíritu del tiempo”.

3.- Nos parece que se debe cuidar mucho mejor la Liturgia. Especialmente, nos gustaría que se celebre la Santa Misa como está indicado, ya sea en latín, o en castellano, o cualquier otro idioma; y que cada sacerdote no se invente una Misa “a su manera”. En la Misa queremos vivir la presencia real y sacramental de Cristo entre nosotros. En Él somos “pueblo y familia de Dios”; sin Él, somos una muchedumbre sin norte ni guía.  Pedimos también que se trate con toda veneración la Eucaristía, para que seamos conscientes de que recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor, y que hemos de acercaros a Comulgar libres de todo pecado mortal.

4. - Que se nos recuerde con toda claridad todos los Mandamientos de la Ley de Dios. Desde el Primero al Décimo. En el entorno cultural que nos rodea, en el que “todo vale”, “yo me construyo a mí mismo”, “discierno y decido yo libremente qué es el bien y el mal”, necesitamos descubrir la riqueza divina y humana de los Mandamientos para que podamos amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como Cristo nos ha amado.

5.- Que se nos hable sin complejos de ningún tipo, del Cuarto, del Quinto y del Sexto Mandamiento: “Honrar padre y madre”. “No matar”. “No fornicar”. El amor a Dios, que se nos recuerda en los Tres Primeros Mandamientos, nos ayudará a vivir y a construir una sociedad más justa, con más paz, con más preocupación de los unos por los otros.

 

6.- Que los sacerdotes no se olviden de hablarnos de la realidad del pecado, para que nuestra conciencia nunca acepte crímenes como el aborto, la eutanasia; ni dé por normales situaciones como la ruptura de familias nacidas de un matrimonio sacramental indisoluble. Que tampoco, y sin juzgar a nadie, aceptemos como prácticas normales y “buenas” las relaciones prematrimoniales, los actos homosexuales o cualquier de las “prácticas” impulsadas por eso que se denomina “lgtbi”.   

7- Hace ya un cierto número de años que en las homilías y, especialmente en las Misas de Difuntos, no oímos las palabras que abren la inteligencia a la consideración de la Vida eterna: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. Somos muy conscientes, y lo vemos en amigos que han abandonado la Fe, que sin la perspectiva y esperanza de vivir en Cristo y con Cristo, el hombre pierde el sentido de su vida en la tierra.

8.- Que se nos invite a frecuentar los Sacramentos, y especialmente el de la Reconciliación, llamado también Confesión y Penitencia, y los sacerdotes estén disponibles. Sabemos el bien que nos hace presentándonos, arrepentidos, a recibir el perdón de nuestros pecados que el Señor está siempre dispuesto a darnos. Así estaremos siempre decididos a acoger su Misericordia.

9.- Que se nos anime a venerar y amar de todo corazón a la Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella nos enseñará a amar a Dios Padre; a recibir con amor a Dios Hijo, y abrirá nuestro corazón para dejar morada a Dios Espíritu Santo.

Cuando se marcharon los dos encargados de dejarme el escrito, les prometí unirme a sus oraciones al Espíritu Santo por el próximo Sínodo.

ernesto.julia@gmail.com

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