Sinodalidad, ¿qué es?

Padres y madres sinodales junto al Papa Francisco en el Aula Pablo VI.
Padres y madres sinodales junto al Papa Francisco en el Aula Pablo VI.

En diez preguntas de las quince que han trabajado los participantes en el sínodo recién terminado, aparecen estas dos palabras: Iglesia sinodal.  Además, en otras tres aparecen estos conjuntos de palabras: instancias de sinodalidad; perspectiva sinodal misionera; manera auténticamente sinodal.

Hasta ahora, los Sínodos que se han tenido en la Iglesia a lo largo de sus dos mil años de historia, eran Sínodos de Obispos. Participaban en ellos exclusivamente Obispos que, lógicamente, podían contar con sus asesores particulares que considerasen oportuno, pero estos asesores no tenían ni voz ni voto en las reuniones sinodales. Y siempre, estos Sínodos han servido para profundizar en Verdades de Fe y de Moral, ya confirmadas en la Iglesia y siguiendo la tradición vinculada a los Apóstoles.

En el sínodo que acaba de concluir si primer año de trabajo, han participado laicos, hombres y mujeres, religiosas y seglares, y lo han hecho con los mismos derechos y deberes que los Obispos.  Los temas que se han tratado no están vinculados a ninguna Verdad de Fe y de Moral, al menos explícitamente. Todas las cuestiones planteadas en las quince preguntas que se les han entregado a los participantes se refieren a procesos de actuación de la llamada Iglesia sinodal. Qué se pretende con esto: ¿una Iglesia nueva o diferente de la actual?

Por ejemplo, la pregunta n. 5: ¿Cómo caminar juntos hacia una conciencia del significado y el contenido de la misión?

¿En qué consiste esa misión? Lógicamente se tiene que dar por supuesto que no se trata de inventarse una misión diferente de la que Cristo indicó a los Apóstoles:

“Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 28-20).

Y la Iglesia siempre tendrá la misión de anunciar a Cristo, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, Redentor del pecado, que nos manifiesta su Amor invitándonos al arrepentimiento, y poder así recibir su Misericordia en el sacramento de la Reconciliación, de la Penitencia. Y recordar a todos los hombres y mujeres del mundo la realidad de la muerte, del juicio, del infierno y de la Gloria del Cielo, y transmitir la Fe y la Moral recibida de los apóstoles y de la tradición de la Iglesia, que nos abren caminos para caminar con Cristo, no pecar, arrepentirnos cuando pecamos, y morirnos en la tierra esperando el abrazo eterno de Dios.

La pregunta n. 13 dice así: ¿Qué estructuras desarrollar para consolidar una Iglesia sinodal misionera?  La primera impresión ante este enunciado es: ¿este sínodo debería sugerir estructuras diferentes de las que estableció Cristo: el Papado, y el Colegio Episcopal, que garantizan la línea apostólica de la actual Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica? ¿No ha sido misionera la Iglesia en sus primeros dos mil años de historia?

La presencia en el Sínodo de laicos, hombre y mujeres, y religiosos, ¿qué sentido tiene? ¿Son representantes del pueblo de Dios? ¿tienen alguna gracia especial para, por ejemplo, responder a la pregunta n. 15?

 

“¿Cómo reforzar la institución del Sínodo para que exprese la colegialidad episcopal en una Iglesia sinodal?” ¿Cómo un seglar, una mujer, un religioso, puede expresar la colegialidad episcopal?

Colegialidad, además, que ha quedado muy clara en estas palabras de Juan Pablo II: “El principio de la colegialidad se ha demostrado particularmente actual en el difícil periodo posconciliar, cuando la postura común y unánime del Colegio de los Obispos –la cual, sobre todo a través del Sínodo, ha manifestado su unión con el Sucesor de Pedro- contribuía a disipar dudas e indicaba al mismo tiempo los caminos justos para la renovación de la Iglesia, en su dimensión universal” (Redemptor Hominis, 3).

La constitución actual del Sínodo da la impresión de que alguien pretende descubrir una Iglesia diferente de la que Cristo confió a los apóstoles - sobre la base del Papado y del Episcopado-, y los apóstoles han transmitido a los primeros cristianos, comenzando así una tradición que ha seguido viva hasta ahora; y seguirá siempre viva. Estas palabras del cardenal de Lubac tienen hoy el mismo valor que cuando las escribió allá por 1985:

“Tengo la plena seguridad de que la Iglesia permanecerá fiel al Señor, cuyo Espíritu ha recibido y que, en ella, como dijo Peguy, “los santos brotarán sin cesar”.

Quizás goce en algunos lugares periodos de gran expansión –como sucede aquí o allá actualmente-, pero, aunque se vea reducida a un pequeño rebaño, lleva consigo la esperanza del mundo. Continuamente maltratada por todos nosotros, desde dentro y desde fuera, parece siempre que está agonizando, pero realmente está renaciendo. “El poder de la muerte no prevalecerá contra ella”. Guarda palabras de vida eterna y vivirá, transfigurada, en la Jerusalén celestial”.

“Entretanto, no siento necesidad de una “nueva Iglesia” (¡y qué Iglesia, Señor!), así como tampoco deseo inventar una nueva teología” (“Diálogo sobre el Vaticano II”, Bac Popular, págs. 112-113).

¿No valdría la pena, para evitar dudas y malentendidos, que se aclarase con palabras que no dejasen lugar a ninguna duda, qué es un “Iglesia sinodal”; y a la vez reafirmar, también claramente, la organización de la Iglesia instituida por Cristo con el fundamento del Papado, y del Episcopado, y evitar así que a alguien le pueda pasar por la cabeza la posibilidad de una “iglesia democrática” que en asamblea popular decida sobre la doctrina de Cristo?

ernesto.julia@gmail.com

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