San Pedro y San Pablo

San Pedro y San Pablo. El Greco.
San Pedro y San Pablo. El Greco.

“Pedro y Pablo plantaron la Iglesia con su sangre; bebieron el cáliz del Señor, y fueron amigos de Dios”.

Con estas palabras el sacerdote comienza la celebración de la santa Misa el día que la Iglesia vive la memoria festiva de los dos apóstoles.

La relación entre estos dos apóstoles es un ejemplo siempre vivo en la Iglesia, y que se mantendrá actual a lo largo de los siglos.

Pablo, a quien el Señor advierte lo que tendrá que sufrir en la misión que le va a encargar, habla y predica en todos los lugares que el Espíritu Santo pone en su caminar; y no deja de hacer prosélitos en todas las ciudades que le acogen y le abren sus puertas.

Con humildad. Y consciente del encargo recibido, después de años de evangelización, dirige sus pasos hacia Jerusalén.

“Subí impulsado por una revelación y, a solas, les expuse a los que gozaban de autoridad el Evangelio que predico entre los gentiles, no fuera que corriese o hubiese corrido inútilmente” (Gal, 2 ,2).

Quiere ser fiel al mandato recibido, y habla con Pedro, acompañado por Juan y Santiago, de todo lo que está haciendo, de la Verdad de Cristo que está predicando, y así se asegura que lo que está anunciando a los gentiles es Palabra de Dios, y está conforme con las enseñanzas de Jesucristo.

Consciente de que Pedro ha sido puesto por Cristo para que “confirme la Fe de los discípulos”, le corrige cuando es testigo de una actuación de Pedro que puede desorientar a los creyentes.

“Cuando vino Cefas a Antioquía, cara a cara le opuse resistencia, porque merecía represión. Porque antes de que llegasen algunos de los que estaban con Santiago, comía con los gentiles; pero en cuando llegaron ellos, empezó a retraerse y a apartarse por miedo a los circuncisos (judíos)” (Gal. 2, 11-12).

 

¿Qué pasó por la cabeza de Pedro, para que permitiera que el “miedo” le apartase de anunciar a Cristo a los gentiles, como el mismo Señor se lo había indicado? Pedro terminó su vida en la tierra anunciando a Cristo a judíos, paganos, y a toda clase de gentiles que habitaban en Roma.

San Ireneo evitó un cisma en el siglo II, al corregir al papa Víctor (189-199), y animarle a levantar la excomunión contra los que celebraban la Pascua en distinta fecha que Roma. Y me supongo que en más ocasiones el Papa habrá hecho caso a sugerencias de hombres santos que le recordaban su misión de “fortalecer en la Fe a los creyentes”.

Pedro, con la misma sencillez y humildad con que recibe a Pablo, le manifiesta su comunión con él y acoge su represión; recomienda la lectura de los escritos de Pablo, con estas palabras: “Así os lo escribió también nuestro querido hermano Pablo según la sabiduría que se le otorgó, y así lo enseña en todas sus cartas en las que trata estos temas.  En ellas hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente –lo mismo que las demás Escrituras- para su propia perdición” (2 Pedro 3, 15-16).

Como Pedro y Pablo, el Señor abre los caminos para que la Iglesia se mantenga siempre fiel a sus enseñanzas a lo largo de los siglos. Las estatuas de mármol blanco que vigilan la entrada a la Basílica en la plaza de san Pedro, nos recuerdan a estos dos santos rezando en el Cielo por la Unidad de la Iglesia: “Un solo Bautismo, una sola Fe, un solo Señor”.

ernesto.julia@gmail.com

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