El resurgir del Santo Rosario

Rezo del rosario.
Rezo del rosario.

“El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad”.

Con estas palabras, Juan Pablo II comienza su Carta Apostólica El Rosario de la Virgen María, del 16 de octubre de 2002, en la que proclama el Año Santo del Rosario, que terminaría en octubre del 2003.

El deseo de Juan Pablo II ha sido, sin duda, eficaz, y el Espíritu Santo ha removido muchas almas cristianas y les ha dado la gracia de rezar el Santo Rosario en cualquiera de las situaciones que se les pudieran presentar: una peregrinación a algún santuario, recorrer el camino de Santiago desgranando las cuentas del Rosario,  una reunión de familia, además de tantas parroquias en cualquier parte del mundo que convocan al pueblo cristiano a rezar el santo Rosario antes de la Misa, y en momentos particulares de celebración de fiestas de la Virgen, etc.

Este resurgir del rezo del santo Rosario pone de actualidad la Fe de los cristianos que derrotaron la armada islámica en Lepanto, justo el 7 de septiembre de 1571; triunfo que movió el corazón de san Pío V para proclamar y fijar ese día como Fiesta de la Virgen del Rosario en agradecimiento filial a la Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.

Pablo VI, en la Exhortación Apostólica Marialis Cultus del 2 de febrero de 1974, escribe:

“La reflexión de la Iglesia contemporánea sobre el misterio de Cristo y sobre su propia naturaleza le ha llevado a encontrar, como raíz del primero y como coronación de la segunda, la misma figura de mujer: la Virgen María, Madre precisamente de Cristo y Madre de la Iglesia. Un mejor conocimiento de la misión de María, se ha transformado en gozosa veneración hacia ella y en adorante respeto hacia el sabio designio de Dios, que ha colocado en su Familia -la Iglesia-, como en todo hogar doméstico, la figura de una Mujer, que calladamente y en espíritu de servicio vela por ella y "protege benignamente su camino hacia la patria, hasta que llegue el día glorioso del Señor".

Benedicto XVI, en la homilía en el Santuario de Pompeya, el 19 de octubre de 2008, subrayó:

“El Rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del Avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta (…).

Así, al rezar las avemarías es necesario poner atención para que nuestras voces no "cubran" la de Dios, el cual siempre habla a través del silencio, como "el susurro de una brisa suave" (1 Reyes, 19, 12). ¡Qué importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo personal como en el comunitario!”

 

Al invitarnos a rezar el Rosario en casa, con la familia, en mayo del 2020, tiempo de la pandemia, Francisco, nos decía: “Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba. Rezaré por ustedes, especialmente por los que más sufren, y ustedes, por favor, recen por mí. Les agradezco y los bendigo de corazón”.

Bartolomé Longo, beato, que levantó el santuario de Pompeya en el siglo XIX, en la oración que dirigió a Nuestra Señora incluyó estas palabras que resultan muy actuales: “Tened, pues, piedad, ¡oh Madre bondadosa!, de nosotros, de nuestras familias, de nuestros parientes; de nuestros amigos, de nuestros difuntos, y, sobre todo, de nuestros enemigos y de tantos que se llaman cristianos y, sin embargo, desgarran el amable Corazón de vuestro Hijo. Piedad también, Señora, piedad, imploramos para las naciones extraviadas, para nuestra querida patria y para el mundo entero, a fin de que se convierta y vuelva arrepentido a vuestro maternal regazo. ¡Misericordia para todos, oh Madre de las misericordias!”

Y uno de los santos que se han arrodillado ante la Virgen Santísima en el Santuario de Pompeya, Josemaría Escrivá, nos anima a rezar el santo Rosario con estas palabras:

“El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima.

-¿Quieres amar a la Virgen?- Pues, ¡trátala! ¿Cómo? –Rezando bien el Rosario de nuestra Señora.

Pero, en el Rosario… ¡decimos siempre lo mismo! ¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen lo mismo los que se aman? ... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tus pensamientos muy lejos de Dios? –Además, mira: antes de cada decena se indica el misterio que se va a contemplar. – Tú, ¿has contemplado alguna vez esos misterios?” (Santo Rosario, Prólogo).

Todos los últimos papas han invitado al pueblo cristiano a rezar el santo Rosario con sus palabras y su ejemplo. De manera particular, podemos seguir sus buenos consejos pidiendo a la santísima Virgen, Madre de la Iglesia, por la unidad de la Iglesia, y pidiendo que lo que surja del “sínodo de la sinodalidad” esté en perfecta unión de Fe y de Moral con la doctrina de la Iglesia fundada en la Escritura, en la Tradición y en el Magisterio durante 2.000 años: doctrina perenne, viva y actual en cualquier situación que los hombres nos encontremos en nuestro caminar por la tierra.                 

ernesto.julia@gmail.com        

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