Quiero vivir, un clamor silencioso

La bebé recién nacida que fue rescatada entre los escombros del terremoto en Turquía y Siria.
La bebé recién nacida que fue rescatada entre los escombros del terremoto en Turquía y Siria.

Seguramente un buen número de hombres y de mujeres, guardamos en nuestro corazón el recuerdo de escenas sangrientas de terremotos, inundaciones, catástrofes naturales, etc., que hemos vivido más de cerca. Y que hemos recordado al ver los destrozos y las muertes del reciente desastre en Siria y en Turquía.

Las guardamos en lo más hondo de la memoria, y a la vez, acompañamos a los que sufren con nuestras limosnas y nuestras oraciones; y el envío de alimentos y de vestidos para ayudar a todos los damnificados a sobrevivir en este duro invierno. ¿Quién no se ha conmovido con el gesto verdaderamente cristiano de Armando Ortega al enviar quinientos mil abrigos para los damnificados que han perdido casi todo de lo que tenían?

Entre las escenas, ciertamente trágicas que hemos podido ver en televisión, me ha tocado profundamente el corazón la de la mujer muerta que tenía a su lado, recién salida de su vientre, una criatura viva sujeta a ella todavía con el cordón umbilical.

En Occidente continuamos empeñados en suicidarnos. Las leyes inicuas sobre el aborto se multiplican en más de un país, entre ellos España con el lamentable ejemplo de falta de conciencia jurídica y moral que nos acaba de dar el tribunal constitucional, que ya no merece, en esta ocasión, ni siquiera que se escriba su nombre con mayúscula.

¿A todos los defensores del aborto –el derecho a matarles- les hubiera gustado que sus madres hubiesen aplicado leyes semejantes cuándo estaban embarazadas de ellos? No hubieran podido contestar a esta pregunta, sencillamente porque no existirían.

La criatura vinculada todavía a su madre muerta por el cordón umbilical, cuando alguien le cuente la situación en la que la encontraron, no dejará de elevar su corazón a Dios agradecido por el coraje de su madre, al vivir el último aliento de su vida dando el último paso para que no se muriera en su vientre; y dejarla en las manos de un desconocido enviado de Dios para abrirle definitivamente a la vida.

No llegaré nunca a conocer a la persona que ha salvado la vida a esta criatura, pero si me puedo imaginar la conmoción de su espíritu al ver la escena; su reacción inmediata de cortar el cordón umbilical, sacarla de los escombros, salvarle la vida y ponerla en manos de una mujer, de un médico, para que esa llama de luz que estaba en trance de apagarse para siempre, volviera a parpadear y tomar de nuevo aire para seguir viviendo.

¿Nos podemos imaginar que hubiera sido de esa criatura si el primero en ver la escena hubiera sido un profesional abortista, o cualquier defensor del “derecho a matar”? ¿Se hubiera conmovido al darse cuenta de que el corazón continuaba latiendo? O, ¿pensando en la última criatura que había descuartizado en el seno materno, hubiera arrancado con violencia el cordón umbilical, y la hubiera dejado morir desangrándose entre los escombros?

No he recibido ninguna nueva noticia de esta criatura. Rezo por ella, y por su madre muerta que le dio la vida, y le pido a la Virgen Santísima que un día pueda conocer a Jesucristo, se bautice, y le dé gracias porque llenó de luz el corazón de su salvador.

 

ernesto.julia@gmail.com

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