¿Quién tiene miedo a la sonrisa del Niño Jesús?

El Papa Francisco, besando una imagen del Niño Jesús.
El Papa Francisco, besando una imagen del Niño Jesús.

“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15).

 Lo que ilumina y da sentido pleno a la historia del mundo y del hombre comienza a brillar en la cueva de Belén; es el misterio ante el que nos extasiamos –entre incrédulos y maravillados- en el tiempo de Navidad: … la salvación que se realiza en Jesucristo.

Ante las noticias que suelen aparecer en estos días de Navidad, de políticos y de gobiernos que tratan de prohibir toda celebración pública de la alegría de los cristianos ante el Nacimiento del Hijo de Dios hecho carne, es lógico que nos preguntemos:  ¿a quién temen?, ¿por qué anhelan pasar página, y quitarse de la vista a un Niño recostado en un pesebre?, ¿quién tiene miedo a esa presencia de Dios en la historia de los hombres y en la vida de cada uno?

No tiemblan los pastores quienes, despertados en medio de la noche, bajaron presurosos a comprobar el mensaje del Ángel. Estaban convencidos de que los Ángeles no eran visiones; y pudieron apreciar con sus propios ojos que el Niño anunciado era de carne y hueso, que estaba envuelto en pañales y se abrigaba al calor de su Madre. Y les sonreía. Ellos fueron los primeros en contemplar la escena que Luis de Góngora refleja con tanta delicadeza:

 “Caído se le ha un clavel

 hoy a la Aurora del seno

¡qué glorioso que está el heno,

 porque ha caído sobre él!”

Hay también muchas personas que tampoco tienen miedo a la Navidad, sencillamente porque aún no han tenido la dicha de recibir la noticia del gran acontecimiento.

 

La pena es que quedan todavía, esparcidos por todo el mundo, lejos de tierras cristianas, y en medio de tierras y culturas ya regadas con el espíritu de Belén, muchos hombres y mujeres que no pueden, o no quieren, cantar con sencillez aquellos versos tan menudos de Lope de Vega:

 “Norabuena vengáis al mundo,

niño de perlas; 

que sin vuestra vista

 no hay hora buena”

¿Por qué?

La historia de Herodes, y de todos los que de una forma o de otra han querido seguir sus pasos, y eliminar de su vista al Recién Nacido no es nueva, y se volverá a repetir muchas veces hasta el fin del caminar del hombre sobre la tierra. Y sin embargo no parece una actitud consecuente. Desde el punto de vista de esos gobernantes, si ven a Jesús como un hombre cualquiera, ¿por qué, entonces, temer que su recuerdo pueda provocar cualquier tipo de acontecimiento peligroso para la estabilidad del poder constituido?

Vale la misma pregunta para todos –gobernantes o no- los que quieren convertir la Navidad en la fiesta de un equinoccio, o de cualquier otro acontecimiento semejante. ¿A Quién tienen miedo?

Al oír hablar de Belén, del nacimiento del Hijo de Dios, a quien María Virgen, su Madre, recuesta en una cuna después de envolverlo en pañales, quizá algunos gobernantes de hoy tiemblen como Herodes.  La duda de si ese Niño, Jesús, será “algo más que un hombre”, les impide conciliar tranquilamente el sueño.

Con esas prohibiciones, con esos intentos de desacralizar la Navidad lo único que consiguen es cerrar sus propios oídos a las voces del Niño, y sus propios ojos a la sonrisa del Recién Nacido. Y jamás encontrarán sentido a sus vidas, a sus “gobiernos”, sencillamente porque no vivirán la alegría de tantos millones de hombres y de mujeres que, en todo el mundo, en los rincones más recónditos del planeta, nos acercaremos, en el silencio del espíritu, a este misterio del Hijo de Dios hecho hombre; y quizá muchos viviremos ese amoroso temblor de siglos que movió la pluma de Juan Ramón Jiménez:

“Me desvelé. Salí. Vi huellas

  celestes por el suelo 

florecido

 como un cielo

 invertido.

 Abrí el establo a ver si estaba

 Él allí. /

 -Estaba!”

Entremos en el “misterio”; posemos nuestra mirada en las tres figuras con las que, tantas familias en todo el mundo, acogen en sus hogares a la Sagrada Familia, y le ofrecen un lugar. Ese “lugar” que tantos mesones del mundo le siguen negando.

ernesto.julia@gmail.com

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