Una pregunta a Baldassari: ¿hacia dónde quiere que vaya el Sínodo?

“En el mundo contemporáneo se presentan concepciones antropológicas, en muchos casos del todo nuevas, que condicionan la comprensión del ser humano y de las modalidades en las que vive las relaciones sociales. Aparecen también con frecuencia cambios en la auto-comprensión del hombre que, de una u otra manera, influyen en la vida de  los individuos y de la familia”.

“También la dimensión afectiva se resiente de este clima general. La afectividad es una característica que configura la vida personal y las relaciones familiares. El modo de vivirla influye en el carácter de la persona y de la familia. En el mundo contemporáneo existe un difundido deseo de “vivir mejor en sintonía con las propias emociones y los propios sentimientos, y buscar buenas relaciones afectivas”.

Afirmaciones obvias, sin duda, pero ¿hay que tomarlas en serio para tratar de acomodar la doctrina de la Iglesia al gusto de esas emociones, sentimientos, y auto-comprensiones, que llevan al hombre a huir de la realidad más mostrenca?

En un encuentro en Roma, el pasado 22 de enero, con representantes de Movimientos eclesiales que se ocupan de la familia, el card. Baldassari dirigió un discurso en el que, entre otras cosas, dijo lo que hemos recogido en los dos párrafos anteriores.

¿Qué desea Baldassari? ¿Qué el Sínodo acepte las “diversas concepciones antropológicas, y la “comprensión del hombre”, en razón de las modas culturales del momento, y no vea al hombre a la luz de la creación de Dios que hizo el hombre a su imagen y semejanza?

¿Desde cuándo las emociones y los sentimientos, son lo que determina el mejor modo de vivir el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios? ¿No se sirvió el demonio de la “emoción” de nuestros primeros padres ante la fruta prohibida, para inducirles a desobedecer y pecar?

Ante la insistencia de los representantes de los Movimientos presentes, pidiendo que se subraye en el Sínodo que la mejor pastoral para este momento histórico del mundo sería  reafirmar con toda claridad la doctrina de la Iglesia sobre la  belleza y la grandeza del matrimonio y de la familia; el cardenal hizo unos comentarios que han llamado algo la atención. Son los siguientes, hasta ahora no desmentidos con toda claridad:

- que Kaspers tenía todo el derecho a afirmar que se debe permitir la Sagrada Comunión a los adúlteros, o sea, a las personas divorciadas que viven en uniones no reconocidas por la Iglesia.

- que no se sorprendieran de que haya teólogos que contradicen la enseñanza de la Iglesia.

 

- ue no tendría ningún sentido la celebración de un Sínodo para repetir lo que siempre se ha dicho.

Y como queriendo señalar que quiere decir “cosas nuevas” –aunque realmente sean muy viejas, ya vividas en tiempos de los primeros cristianos cuando el primer Concilio señaló a los fieles que “huyeran de la fornicación”.- indica la necesidad de una cuidado pastoral para sanar heridas; y dice:

“En relación con quienes viven en matrimonio civil o en uniones de hecho, la Relatio del Sínodo recuerda que es importante entablar un diálogo pastoral para que queden de manifiesto los elementos de sus vidas que puedan conducir a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud” 

Y concluye recomendando, “que estas situaciones se traten de manera constructiva, con elecciones pastorales valientes, conscientes de la fragilidad humana, considerando que a veces esas situaciones no se escogen en plena libertad y se llevan con sufrimiento”.

Llevo un buen número de años, a Dios gracias, hablando con gente en estas situaciones, y ayudándoles a descubrir la grandeza y la belleza del Sacramento del Matrimonio. Ellos mismos reconocen, a nada que un rayito de Fe haya hecho un poco de luz en sus inteligencias, que su situación es pecaminosa. Les recomiendo que, cuando se trata de uniones de hecho sin hijos,  se vayan a vivir cada uno a su casa, hasta el momento del matrimonio. La mayoría ya lo han hecho antes de recibir mi recomendación, y si no lo habían hecho, han acogido mis sugerencia con agradecimiento y la han puesto en práctica.

¿Qué pastoral más valiente, y esmerada,  que la de reafirmar la Fe en el Sacramento del matrimonio; y ayudar así, con la Gracia de los Sacramentos, a los futuros cónyuges a vencer todas las situaciones que se puedan presentar en adelante con espíritu de Cristo?  ¿Desde cuándo el vivir de un cristiano se ha de acomodar al ambiente del momento, a las “modas” del lugar, o a la “concepción del hombre” que este más en boga?

¿Qué diálogo más sincero y necesario que el de anunciarles la Verdad del Sacramento? El bálsamo del amor conyugal les ayudará a llevar todas las contrariedades que se puedan presentar, y les dará la alegría de seguir renovando su vida día a día. Ya los padres sinodales recordaron, y Baldassari lo recoge,  que “corresponde a la Iglesia revelar a todos la pedagogía divina de la gracia en sus vidas, y ayudarles a alcanzar la plenitud del plan de Dios”.

¿Por qué esa preocupación de “no repetir lo que siempre se ha dicho”, cuando la perenne novedad de la Iglesia es la de subrayar la “gran novedad” -entonces, ahora y siempre- del misterio de Amor de Dios que Cristo ha injertado en la realidad natural del Matrimonio?

¿Desde cuándo el pecado -Baldassari no menciona esta palabra en toda su conferencia- es una preparación con “elementos positivos” para vivir el plan divino de la salvación del hombre en el Matrimonio?

Es muy de agradecer que en toda la Iglesia hayan comenzado reuniones de oración al Espíritu Santo para que haga revivir en los padres sinodales la Alegría de la FE.

                                               Ernesto Juliá Díaz

                                               ernesto.juliá@gmail.com


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