¿Es posible la paz?

“¿Conseguirá -los hombres- sólo con sus fuerzas, vencer la indiferencia, el egoísmo u e odio, y aceptar las legítimas diferencia que caracterizan a los hermanos y hermanas?”

El Papa se hace esta pregunta en su Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, La respuesta que él mismo se da no deja lugar a dudas:

“Parafraseando sus palabras, podríamos sintetizar así la respuesta que nos da el Señor Jesús: Ya que hay un solo Padre, que es Dios, todos vosotros sois hermanos (cfr. Mt 23, 8-9). La fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios. Una paternidad, por tanto, que genera eficazmente fraternidad, porque el amor de Dios, cuando es acogido, se convierte en el agente más asombroso de transformación de la existencia y de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad”.

La paz fruto de la fraternidad. ¿Como seremos los hombres fraternos?

En el Mensaje de esa misma jornada del 1 de enero de 2012, Benedicto XVI dejó escrito: “Esta es la cuestión fundamental que hay que plantearse: ¿Quién es el hombre? El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad -no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida- porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad de cada persona. Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad”.

Creados por Dios; hijos de Dios. La fraternidad de los hijos de Dios.

Dos Verdades -y en mayúsculas, porque no dependen de la opinión de cada uno- que manifiestan la realidad más profunda del ser humano, y que hacen posible la apertura de horizontes de  Paz, y la esperanza de alcanzarlos, en el convivir social, cultural, político, de religiones,  más allá de las miserias, de las  guerras, de las injusticias que el hombre pueda originar en el mundo contra sus hermanos.

La Paz hay que conquistarla.

“La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta. Amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad”

 

La Paz se asienta entonces en la fraternidad de los hijos de Dios. ¿No son palabras demasiado abstractas? ¿No falta la concreción necesaria para que podamos encontrar y vivir la paz en cualquier de los ambientes que transitamos?

Juan Pablo II respondió a esas preguntas en el Mensaje de la Jornada de la Paz de 1990:

“Pero no bastó a Dios manifestar su grande amor por la creación y por el hombre: 'Tanto amó Dios al mundo que le dió a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna...El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que su obras están hechas según Dios (Jn 3, 26, 31) El Hijo no dudó en proclamar que era la Verdad (cfr. Juan 14, 6), y asegurarnos que esta Verdad nos haría libres (cfr. Jn 8, 13)”. Y con la libertad, nos dará la Paz.

Han pasado 24 años entre las palabras de Juan Pablo II y las de Francisco, y 47 desde que la Iglesia ha llenado el mundo de mensajes de Paz. Lo seguirá haciendo, y continuará sembrando. Bien consciente de que la Paz no se consigue con proclamas bonitas -¿qué ha quedado de la “libertad igualdad, fraternidad” de la Revolución francesa?. La Paz no se va a imponer nunca desde ningún gobierno, estado, partido, etc., por la fuerza de las armas, de la propaganda,  de las manipulaciones, etc., etc.

Todos los demás intentos de establecer la paz en este mundo no llegan siquiera a ser flor de un día. Son acuerdos y compromisos que dejan de tener valor el menor cambio de las circunstancias. Si acaso duran apoyados en la fuerza del poder; o sea, en la supresión de la libertad, y entonces ya no es Paz. Es la falsa “paz de las bayonetas”, que todos sabemos como acaba.

La Paz es la tarea de los hijos de Dios, “los pacíficos”, que anhelan buscar con todos los hombres, juntos en el caminar de la vida, “la Verdad, la Verdad encarnada en Jesucristo, en el respeto a la conciencia de los demás, y avanzar con ellos por los caminos de la libertad, que llevan a la Paz, según el designio de Dios” (Juan Pablo II). Es lo que ruega Francisco que se alcance ahora en Siria, entre otros países.

“Gloria a Dios en el Cielo, y Paz en la tierra a los hombres de Buena Voluntad”. La Iglesia no dejará jamás de seguir proclamar al mundo el anuncio de los Ángeles a los pastores; y ayudará a crecer la semilla de la Buena Voluntad en el corazón de los hombres, animándoles a buscar la “Verdad encarnada en Jesucristo”.

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com                                                                                                                                                                                                                                                      


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