El peso de la Cruz

Los cristianos de todo el mundo, y muy especialmente los católicos siguiendo el ejemplo y las palabras del Papa, rezamos al Señor por la Paz.

Las noticias que llegan de un lugar y de otro, noticias que propalan el extenderse de las llamas del odio, del mal, por todo el mundo, nos invitan a elevar nuestra mirada a la Cruz de Cristo. El Señor muere y llora por el mal que los hombres nos hacemos los unos a los otros al desobedecer sus mandamientos, al asentar el odio en nuestros corazones, al alejar de nosotros el mínimo sentido de amor al prójimo.

Sabemos que el mandamiento nuevo de Jesucristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, sigue en pie y es vivido con sufrimiento y un gozo más allá de la resignación, en muchos rincones del planeta. Y a la vez –el trigo y la cizaña siempre estarán juntos y mezclado-, el odio diabólico sigue prendiendo fuego en tantos lugares.

En Mosul, la segunda ciudad del “antiguo” Irak, y conocida desde hace mucho tiempo, como un lugar de tolerancia donde cristianos y musulmanes vivían en paz, el recién instalado gobierno islámico ha hecho saltar por los aires el recuerdo histórico más antiguo de la ciudad, apreciado y querido por judíos, musulmanes, cristianos: la tumba del profeta Jonás.  A la vez, los cristianos son perseguidos y los musulmanes tolerantes y pacíficos son maltratados.

Los cristianos seguimos rezando por la Paz. El sacerdote argentino Jorge Hernández ha visto parcialmente destruida su parroquia de la Sagrada Familia de Nazareth, en Gaza, por la explosión de un misil israelí dirigido contra una casa relativamente vecina.

“Parad, por favor! Os lo ruego con todo el corazón. Es la hora de parar. Parad, por favor!” Así rezó el papa Francisco el último Angelus en la plaza de san Pedro.  Una oración, un silencioso clamor pidiendo al Señor que mueva los corazones de todos los gobernantes para que callen las armas en Ucrania, en Irak, en Israel-Palestina.

¿Escucharán los gobernantes este clamor? El diablo no deja de insistir en mover los corazones a la violencia, al “ojo por ojo, y diente por diente”,  y las dificultades para entenderse se hacen cada día más grandes, no obstante el número de muertos y heridos.

Los cristianos seguimos rezando por la Paz, y contemplando la Cruz de Cristo, y cargando con la Cruz en este Calvario.

Los servicios de rescate y recuperación en la zona donde se encontraban las Torres Gemelas de Nueva York, levantaron una cruz de cinco metros  con dos vigas de acero que habían formado parte de la torre Norte. Una asociación de ateos neoyorquinos presentó demanda ante un tribunal federal para que la Cruz fuera retirada del museo-memorias de los atentados. El tribunal ha rechazado la demanda, y ha reconocido que la Cruz es “un símbolo de la esperanza y de naturaleza histórica”. Y quedará en el museo como una muestra clara de la Fe que sostuvo a los hombres que la levantaron.

 

A esos ateos y a esos grupos de islamistas, la Cruz les molesta, quizá porque les hace recordar que Él que se dejó clavar –y sigue clavado en la Cruz que llevan quienes creen en Él- es el Hijo de Dios.  De los otros crucificados nadie se acuerda. De Cristo sí, y le rechazan porque Resucitó.

En Mosul los cristianos siguen rezando, y alzan la cruz aunque los islamistas han hecho destrozar no sólo la tumba de Jonás, sino también iglesias cristianas. Y en Gaza, la pequeña familia cristiana, sostenida por el sacerdote Jorge Hernández y tres religiosas de las Hermanas de la Madre  Teresa, continúan su celebración de la Eucaristía, y alzan la Cruz cada mañana, en espera de la Resurrección. Que llegará.

Y nosotros, con el Papa, y mirando la Cruz, seguimos rezando por la Paz y acompañando a nuestros hermanos en su subida al Calvario.

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com


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