Nostalgia de la Inocencia

Ivan Turguenief.
Ivan Turguenief.

Aún en el corazón del ser humano más empedernido en el pecado del orgullo, de la carne, de la ira, de la blasfemia, queda algún rastro de la “nostalgia de la inocencia”, que reverdece y salta a la luz en esas conversiones a la Fe en Dios, en Jesucristo, que nos encontramos en nuestro caminar.

Leí este episodio hace ya un cierto número de años y, desde entonces, mi memoria lo ha sacado a colación en distintas ocasiones. Y lo he vuelto a recordar al comentar entre amigos las reacciones de algunos conocidos ante las noticias de prensa a propósito de jóvenes, hombres y mujeres, que han ha hecho público su deseo de llegar vírgenes al matrimonio.

En el despacho de Ivan Turguenief, ya consagrado como escritor de renombre en Rusia y en Europa, se presentó un joven literato ansioso y un tanto atribulado. Turguenief lo recibió después de asegurarse de que no iba a hablarle de literatura. El joven buscaba, sencillamente, un coloquio con un hombre experimentado, mayor que él, buscando la paz de su espíritu perdida por la tentación de haber estado a punto de cometer un grave pecado que deshonrara a una joven mujer.

Turguenief oyó la confesión de Feodor Mijailovich Dostoievski –era el joven literato- sin inmutarse y sin prestar particular interés a lo que estaba oyendo. Le pareció que el joven no merecía ninguna consideración, y que su preocupación de liberarse del sentido de culpa por lo que había podido ocurrir no merecía ni siquiera un comentario. No supo descubrir en el corazón de Dostoievski joven la “nostalgia de la inocencia”.

Sí la descubrió santa Catalina de Siena, unos siglos antes, en el corazón de un asesino ya juzgado y condenado a muerte. La santa estaba atormentada ante la inmediata ejecución de un personaje tristemente famoso en Siena por sus violaciones, robos, asesinatos, etc. El alma inocente de la santa parecía sufrir las penas reservadas al criminal en la otra vida. Su espíritu se conmovió de una sed insaciable de salvar de la soledad y de las penas del infierno, a aquel desgraciado que persistía en no pedir perdón por ninguna de sus fechorías,

La santa no se dio por vencida, y en medio de la consternación de la entera ciudad, solicitó, y obtuvo, el permiso para encerrarse en la celda con el condenado a muerte. Ante el arrojo de la inocencia de Catalina, el malhechor volvió sobre sus pasos, y en la humillación del arrepentimiento gozó de la alegría de recibir el perdón antes de la horca.

Sólo una virgen pudo osar, y arriesgar y conseguir, triunfar esta batalla de eternidad haciendo revivir la “nostalgia de la inocencia” que le llevó a descubrir el amor de Dios, en un alma corrompida y arraigada en su miseria.

Ni la fuerza, ni la astucia, ni el engaño, ni el fraude, ni la mentira, ni ningún tipo de trapisondas y de conjuras, acabarán jamás con la inocencia. Con esa inocencia del amanecer, con la inocencia de las vírgenes, con la inocencia de los sufridos, con la inocencia de los mansos y humildes de corazón, con la inocencia de quienes han decidido no devolver mal por mal y prefieren ahogar el mal en abundancia –gota a gota- de bien.

En las noticias que comentaba con mis amigos, la inocencia adquiere el nombre de virginidad. Me alegra hondamente ver ensalzada la virginidad. Es una apuesta muy seria sobre la capacidad de un hombre y de una mujer de donarse completa y mutuamente en la totalidad de su persona, cuerpo, alma y espíritu. En esa donación, unos construirán una familia, otros gastarán su vida en un servicio a los demás, otros encontrarán las energías necesarias para amar a Dios, y en Él, a todas las personas.

 

La “nostalgia de la inocencia”, escondida en el espíritu de todos los seres humanos, nos da luces para saborear de nuevo el aire puro de el don de Dios, que es el vivir.

ernesto.julia@gmail.com

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