A martillazos con la Cruz

Ni Crucificado, ni Resucitado; en la papelera, y ya sin Cruz.

Roto en dos por la cintura. Desde las rodillas, las dos piernas son alambres; y el brazo izquierdo sin mano para sostenerse clavado en el madero.

Son los restos de un Cristo clavado en la Cruz, que una persona dejó hace unos días sobre mi mesa de trabajo. Los había recogido de una papelera en un edificio público.

La compasión pudo más que la repugnancia; y la piedad envolvió con amor semejante al de María Magdalena al acercarse al sepulcro el domingo de Resurrección, los trozos de la figura que pudo conseguir revolviendo con cuidado entre los papeles.

¿Quién ha podido descargar así sus miserias sobre una figura de barro de Cristo clavado, paciente, en la Cruz?

Si fue rechazo a Dios que muere por amor, ¿no le bastaba verlo clavado en la Cruz y pasar de largo? ¿O es que ha vislumbrado el amor que ha clavado a Cristo a la cruz, y ha querido rechazarlo dando martillazos al Amor hecho carne?

He conseguido reconstruir un poco la imagen –dejando las piernas como están, y sin mano izquierda- y estoy buscando una cruz, para volver a situar la imagen de Cristo en el lugar desde el que Él quiere atraer a todos los hombres y mujeres del mundo a su amor infinito.

¿Qué había en el corazón del hombre, de la mujer, que ha destrozado esta imagen de Cristo a martillazos? ¿Odio? ¿Indiferencia? ¡Anhelo de venganza? ¿Desesperación? O, sencillamente, ¿no soportar que Cristo, Dios hecho hombre haya querido morir por nosotros, para que podamos liberarnos de la muerte y del pecado?

¿Ha querido rechazar con ese gesto la misericordia que Dios nos ofrece; esa misericordia que hizo temblar al propio Nietzsche, por considerar poco digno que su “superhombre” la aceptara?

 

Toda la Iglesia vive estos días del gozo de los discípulos al ver, y creer, a Cristo Resucitado; y ha acompañado al Papa en su viaje a Egipto en busca de la paz y de una unión más completa de todos los cristianos coptos en la Iglesia católica de rito copto.

Quizá quien ha golpeado así la figura de Cristo muerto ha sido un hombre, una mujer, desilusionado con el Señor, como fueron los discípulos de Emaús, que en vez de marcharse en silencio, ha querido mostrar toda su frustración de esta manera.

Los de Emaús en medio de su desolación, de su desesperanza, aceptaron hablar con un “desconocido” que les explica las Escrituras, les habla de Jesucristo, el Mesías; y sus ojos comenzaron a abrirse para recibir la Vida, ver al Resucitado. Quien ha destrozado la imagen ¿ha deseado enmudecer a Cristo para no oírle jamás?

¿Qué guardaba en su alma la persona que ha querido borrar del fondo de su corazón al Cristo del Perdón, de la Misericordia?

Ante esta figura de Cristo destrozada a martillazos y tirada a la papelera de un edificio público, en el silencio de los labios y de la mirada, vale la pena animarnos y decirle desde el fondo de nuestros corazones: “Quédate con nosotros, Señor, no tengas en cuenta nuestros pecados, perdónanos. Te amamos, Jesús”.

ernesto.julia@gmail.com

 



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