María. Esplendor de Mayo

Virgen María.
Virgen María.

La devoción a la Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, se renueva en el corazón de muchos cristianos, en este mes de mayo. El dicho popular, “mayo, florido y hermoso”, va acompañado en no pocos lugares de la música de las procesiones y romerías que llegan a santuarios de la Virgen dispersos aquí y allá.

La devoción a María abrió también el corazón de John Henry Newman y lo dispuso para su conversión. Y esa devoción le movió a escribir estas palabras:  “La Iglesia nos da a Jesucristo para ser nuestro alimento y a María para ser nuestra Madre (…) Ve a Ella por el corazón real de la inocencia. (…) Ella es el don hermoso de Dios, que brilla más que la fascinación de un mundo malo. Ella es la imagen de tipo personal, representativa de la vida espiritual y la renovación en la gracia, sin la cual nadie verá a Dios”.

Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, n. 38, subraya la devoción a María con estas palabras:

“La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro mediador: “Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2, 5-6). «La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder»: es mediación en Cristo.

“La Iglesia sabe y enseña que «todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta». Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina, mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.

En el mes de mayo, la devoción al corazón materno de María, ya asunta al Cielo en cuerpo y alma, “nos hace mirar al Cielo, preanuncia 'los cielos nuevos y la nueva tierra”, con la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte y la derrota definitiva del maligno” (Francisco, 15-8-2016).

Invitándonos, con su sonrisa ya eterna, a ir en romería a sus santuarios, y hablándonos al corazón y a la cabeza, mientras la contemplamos rodeada de las flores que sus devotos han puesto a sus pies, nos anuncia las grandes verdades que predicó Cristo, y pone delante de nuestra mirada la perspectiva de la vida eterna, nos habla de la Encarnación del Hijo de Dios, de su muerte redentora por Amor clavado en la Cruz, de su Resurrección.

El misterio del Amor de Dios ha sido realizado plenamente en una criatura humana. en el Cielo y en la Tierra. Sin pecado, en María la muerte, vencida y derrotada en el Calvario, ha quebrantado para siempre su aguijón, el pecado de los hombres.

María es ya la nueva tierra, el nuevo cielo. Por Ella se han cumplido las promesas de Dios; con Ella se han colmado las esperanzas de los hombres; en Ella, el hombre descubre la «escala del paraíso», la escalera del Cielo.

 

Desde el Cielo, María es la voz suave que invita al arrepentimiento; la voz que adelanta en el corazón del pecador el gozo de pedir perdón por sus pecados a Cristo muerto en la Cruz, en la persona de un sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación.

La esperanza es ya en Ella una realidad. Más aún, ni siquiera ha esperado: ha creído y ha amado, y su alma «exultó de júbilo en Dios, mi salvador» (Lc 1, 47), porque Aquel en quien ha creído, ha llevado a cabo lo anunciado, la promesa. Y nos muestra todo el Amor de Dios a Ella y, en Ella, a todas sus criaturas, a cada uno de nosotros.

En el Cielo, María anhela colmar la esperanza de los hombres de ver, un día, a Dios cara a cara, a su lado. Invita a los hombres a que «dirijamos nuestros ojos hacia el cielo, con la seguridad de que también nuestra tierra saldrá regenerada. Volver nuestra mirada hacia el Cielo significa que nuestras almas se abran a Dios para que tome posesión de nuestras vidas» (Ratzinger).

 Dios adelanta en María la resurrección de la carne, en el gozo de recibir a su Madre, en “cuerpo glorioso”, en “carne gloriosa”, ya en la plenitud de «nueva criatura».

“Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero. Nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es Auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición—Muestra que eres Madre-, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal” (Josemaría Escrivá).

María es la plenitud de la Creación, de la Redención, de la Santificación. María en el Cielo, en cuerpo y alma, es el gozo de Dios ante todos sus sueños realizados. Desde el Cielo, la Virgen María refleja para todos los creyentes la luz de la Resurrección de su Hijo Jesucristo que alumbra todos los caminos de la tierra, y nos lleva a encontrarla con su Hijo en todos los cruces de nuestro vivir.

En el mes de mayo, la Virgen Santísima, quiere llenar nuestra mente y nuestro corazón del esplendor eterno del Cielo.

ernesto.julia@gmail.com

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