Junto a la Cruz: Semana Santa

Procesión Santísimo Cristo de los Alabarderos.
Procesión Santísimo Cristo de los Alabarderos.

Durante los días de la Semana Santa la Iglesia nos invita a parar nuestra atención en los sufrimientos que quiso vivir Nuestro Señor Jesucristo, para llevar a cabo la redención del mundo del mal provocado por el pecado del hombre que se rebeló contra Dios, y quiso ser “dios” para sí mismo.

Se nos hace un poco difícil entender el por qué Cristo, Dios y hombre verdadero, ha querido sufrir de esa manera. Cualquier acto suyo podía liberar al hombre del pecado. Se ha acercado tanto Dios al hombre, que ha querido vivir el mal que nos hacemos los unos a los otros a causa del pecado, que nos aleja de Dios y nos enfrenta a Dios.

En estos días la Iglesia está viviendo el sufrimiento del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, que carga con el pecado del mundo, con el pecado de cada uno de nosotros. Vence y nos invita, con su Amor que lo sostiene clavado en la Cruz, a que le pidamos perdón, arrepentidos de nuestro pecado, para que Él tenga la alegría de perdonarnos y de decirnos, ahora y cuando concluya nuestro caminar en la tierra, las palabras que salieron de sus labios ante la petición del buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

El pueblo cristiano conmemora estos días tratando de imaginar, en la medida de lo posible, lo que aconteció aquellas fechas en Jerusalén. Procesiones con imágenes de Cristo atado a la columna, de Cristo abofeteado por los soldados romanos, con Jesús arrodillado en el huerto de los Olivos, Jesús Nazareno con la cruz a cuestas, en el suelo después de una caída bajo el peso del madero, crucificado en el Calvario, y exhalando el último suspiro al morir en la Cruz, invitan a quienes contemplan esas escenas, a querer vivir con Cristo esos momentos de su vida.

“EL cordero inocente fue sacrificado en el altar de la cruz y, sin embargo, de la inmolación de la víctima brotó vida nueva: el poder del Maligno fue destruido por el poder del amor que se auto sacrifica”

“La cruz es algo más grande y misterioso de lo que puede parecer a primera vista. Indudablemente es un instrumento de tortura, de sufrimiento y derrota, pero al mismo tiempo muestra la completa transformación, la victoria definitiva sobre estos males, y esto la convierte en el símbolo más elocuente de la esperanza que el mundo haya visto jamás. Habla a todos los que sufren –los oprimidos, los enfermos, los pobres, los marginados, las víctimas de la violencia- y les ofrece la esperanza de que Dios puede convertir su dolor en alegría, su aislamiento en comunión, su muerte en vida. Ofrece esperanza ilimitada a nuestro mundo caído” (Benedicto XVI, homilía, 5-VI-2010).

“Perdónales porque no saben lo que hacen”.

Son las primeras palabras de Cristo en la Cruz, que nos invitan a arrancar de nuestro corazón cualquier rencor, deseo de venganza, de devolver mal por mal, para qué contemplándole a Él en la Cruz, aprendamos a perdonar y a descubrir la luz del Amor de Dios.

“Tengo sed”.

 

Son las penúltimas palabras dichas por Dios Hijo con su boca mortal. Son las palabras con las que concluye, exhausto y abatido, su caminar en la tierra.

Tiene sed de la conversión de los pecadores para que abran el corazón en arrepentimiento, y puedan llegar a vislumbrar el amor que Dios les tiene. Cristo vive la pena y el dolor de las almas que rechazan el Amor de Dios, escogen el infierno de sí mismos, y desprecian el Cielo que Dios les ofrece.

Tiene sed de saciar la sed de su Padre Dios, la sed que le ha traído al mundo buscando la Gloria a Dios y el bien de las criaturas. Tiene sed de: “Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (I Tim.2, 4).

Tiene sed de darnos vida, para que nuestro vivir se injerte en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tiene sed del amor de los hombres, a quienes, clavado en la Cruz, está mostrando todo el Amor de Dios. Cristo tiene sed de darnos su Vida, su Amor que calmará para siempre nuestra sed: “del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” (Jn. 4, 14).

“Hemos visto cómo san Pablo encontró en el “camino de la cruz” el celo de su fe y encendió la luz del amor. Hemos visto cómo san Agustín halló su camino. Lo mismo san Francisco de Asís, san Vicente de Paul, san Maximiliano Kolbe, la madre Teresa de Calcuta…Del mismo modo también nosotros estamos invitados a encontrar nuestro lugar, a encontrar, como estos grandes y valientes santos, el camino con Jesús y por Jesús: el camino de la bondad, de la verdad: la valentía del amor”. (Benedicto XVI, Vía Crucis, 14-IV-2006).

Clavado en la Cruz, Cristo ha consumado el plan divino de la Creación, Redención y Santificación del hombre. Su misión no se concluirá hasta que el último hombre deje la tierra, y hasta el final de los tiempos permanecerá clavado en la Cruz con los brazos abiertos, mostrándonos el Amor divino que nos ha liberado del pecado y que quiere acogernos en su Amor, que nos hace fuertes para vencer todas las “insidias del diablo”, que nos tentará siempre para que caigamos en querer ser “dios de nosotros mismos”.

San Josemaría contemplando la Cruz consideraba que Cristo, clavado, sujeto a los maderos de la Cruz, espera de cada uno de nosotros una “limosna de amor”. La omnipotencia divina pide a los hombres una limosna de amor. ¿Es posible dársela?

¿Podemos nosotros, criaturas mortales, saciar el hambre, la sed, del Hijo de Dios, por Quien fueron hechas todas las cosas, en el cielo y en la Tierra? Le ofrecemos es “limosna de amor” cuando, con detalles de cariño, de amor, de fidelidad, de lealtad, de servicio, acompañamos a Cristo en su agonía, unidos al llanto y al estupor de las santas mujeres que estaban con la Virgen María al pie de la Cruz.

“Todo está consumado”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19, 30). Cristo abre nuestro espíritu a la luz, al calor del Amor de Dios; y nos prepara para vivir con Él, y en Él, la Resurrección.

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