Invitación a un bautizado no creyente

Bautismo de una mujer adulta.
Bautismo de una mujer adulta.

Seguramente muchos de nosotros nos hemos encontrado con personas bautizadas, e incluso casadas en la Iglesia, que no rezan, que apenas se acuerdan de Cristo, y que han abandonado prácticamente toda relación con Dios en los Sacramentos.

Y que, a la vez, procuran no hacer mal a nadie; incluso tratan de hacer mucho bien a sus conocidos, se preocupan de las necesidades de los demás; y no dejan de decir que no tienen Fe, que viven como si Dios no existiese.

Hace unos años me llamó un conocido, catedrático de Universidad, que se incluía a sí mismo en este grupo de bautizados. Quería hablar de un hecho familiar que le había originado un gran desasosiego: a una hija suya de 17 años le habían diagnosticado un cáncer que ya estaba extendido por algunas partes del cuerpo, y de muy difícil curación.

La pena le llenó el alma; y su primera reacción fue pensar: ¿Si Dios existe, como permite esto? ¿Y por qué a su hija, que no había hecho nada malo? ¿Qué idea tienes tú de Dios?, le pregunté. Y me acordé enseguida de la reflexión de Manuel Morente narrando el “hecho extraordinario” que le abrió las puertas de su conversión.

Exilado en Francia, perseguido por el gobierno de la República, durante la guerra civil española, sufría lo indecible porque ese gobierno no dejaba salir de España a sus dos hijas, que querían reunirse con él.

“Pensaba en Dio .escribe-, pero siempre en el Dios del deísmo, en el Dios de la pura filosofía, en ese Dios en el que se piensa, pero al que no se reza. Dios humano, transcendente, inaccesible, puro ser lejanísimo, puro término de la mirada intelectual” (…) En mi alma se produjo una especie de protesta, y creo, Dios me perdone, que algo así como una blasfemia subió a mi mente. Creo que acusé de cruel, de indiferente, de burlona, de sarcástica esa Providencia que se complacía en zarandear mi vida, en traerla y llevarla a su antojo, en darle y atribuirle acontecimientos y hechos que yo no quería, que yo repudiaba”.

Después de leer estas palabras, mi amigo afirmó que comprendía muy bien a Morente, y que a él le estaba sucediendo algo semejante.

Con serenidad y paz, le comenté que cómo se le venía a la cabeza culpar a un Dios que según él no existía, al encontrarse con una pesada desgracia en su camino. En el fondo, le señalé que, en mi opinión estaba viviendo la nostalgia de querer compartir con Alguien, su pena y su dolor, pero de ese Alguien tenía una idea muy equivocada. Y le dije. “Dios no quiere el mal; lo vive contigo, y te da fuerzas para que de todo el mal que te puedas encontrar, saques un bien para los demás y para ti”.

Y le aconsejé que rezara, aunque ya se había olvida del Padrenuestro y del Avemaría, como le ocurrió a Morente, y que así, también como él, acabaría descubriendo a un Dios muy diferente, un Dios cercano, que sufre y ama con sus criaturas, los seres humanos. Y le leí lo escrito por Morente.

 

“Y por mi mente comenzaron a desfilar -sin que yo pudiera oponerles resistencia- imágenes de Nuestro Señor Jesucristo (…) Seguí representándome otros periodos de la vida del Señor; el perdón que concede a la mujer adúltera, la Magdalena lavando y secando con sus cabellos los pies del Salvador, Jesús atado a la columna, el Cirineo ayudando al Señor a la llevar la Cruz. (…) Y así, poco a poco, fuese agrandando en mi alma la visión de Cristo, de Cristo hombre, clavado en la Cruz (…) Y los brazos de Cristo crecían, crecían, y parecían abrazar a toda aquella humanidad doliente y cubrirla con la inmensidad de su amor, y la Cruz, subía, subía hasta el Cielo”

Me escuchó un poco asombrado. Le recordé que el Señor había dicho que se haría el encontradizo con quienes le buscasen. Y él, aunque no se situase muy bien consigo mismo, le estaba buscando desde lo más hondo de su espíritu. Como Morente, mi amigo recuperó la Fe, y su hija, antes de morir, tuvo la alegría de ver a su padre, después de confesarse, vivir la Misa y rezar con ella.

ernesto.julia@gmail.com

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