33 hijos, 33 sonrisas

Alguien podía añadir, y treinta y tres llantos, treinta y tres gritos, treinta y tres silencios, y treinta y tres voces para un coro angélico. Y no le faltaría razón. Al enterarme de esa realidad yo me admiré, y di gracias a Dios en lo profundo de mi corazón, y recé por los treinta y tres, y por tres padres y madres.

Hoy por hoy, son treinta y tres labios que se abren al anochecer, en compañía de sus padres, y le ruegan a la Santísima Virgen que siga protegiendo y amparando a las familias.

Treinta y tres hijos, y tres madres. Cada una, con la alegría de su marido, ha presentado a Dios once hijos que crecen y van adelante en estudios, en trabajos, en el buen caminar de la vida –alguno ya prepara su matrimonio-en amistad con los amigos.

Tres madres, tres padres, que cada mañana contemplan en su corazón –algunos ya han comenzado a volar fuera del hogar materno- a sus treinta y tres hijos, y les acompañan, y rezan por ellos, en sus batallas de cada día.

Tres padres, tres madres, que contemplan, en su alegría, la alegría de Dios en esos treinta y tres hijos que le han regalado. Hijos frutos del amor que ha vinculado sus vidas hasta que la muerte les separe; y la muerte no les separará nunca.

Treinta y tres hijos, vinculados entre sí, porque sus madres son hermanas, que no dejan de agradecer a Dios el amor de sus padres, la generosidad de sus padres, el sacrificio, las alegrías y los dolores de sus padres; porque de ellos han aprendido a amar; han aprendido a amar a los demás, a sacrificarse por sus hermanos y por sus hermanas; y han abierto su corazón a las necesidades de quienes los rodean. Necesidades materiales, humanas y espirituales; algunos ya andan por esos mundos anunciando a Cristo: Camino, Verdad y Vida.

Europa, y España en y con ella, están dando pasos cada día por caminos que no llevan a ninguna parte. O quizá, si: porque llevan a una extinción programada: un suicidio colectivo del que ya habló Valle Inclán.

Tres madre y tres padres, que mantienen viva la llama del amor en la tierra; que se contemplan, cara a cara, con el amor humana y divino que les llevó al Altar; que les llevó a la iglesia todos los domingos enseñando a sus hijos a descubrir en sus corazones el Amor de Dios, la Luz de Cristo; que les preparó para la Primera Comunión; y que les ha llevado a ser amigos de Jesús con todo el corazón.

Treinta y tres hijos, niños y niñas, mujeres y hombres; once de cada madre, que han nacido entre finales del siglo pasado, y los primeros años del siglo actual. No son gente de una tribu del siglo XVI, o del siglo II antes de Cristo. Los padres y las madres siguen trabajando; continúan luchando para llegar sin demasiados agobios a fin de mes; y no dejan de dar gracias a Dios por los once regalos que les ha dado a cada familia.

 

Llama del amor familiar. Antiguo como el mundo el amor que mueve al hombre y a la mujer a engendrar hijos y a darles, con el alimento, su corazón.

Antiguo como el mundo es el Amor de Dios, que lo creó; y en su antigüedad, el Amor, en y de la Familia, es la novedad que sostiene en pie el mundo cada amanecer. Y al salir el sol, recibe la sonrisa de la Virgen Santísima, Reina y Madre de las familias.

ernesto.julia@gmail.com


Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato