El gozo festivo del Domingo

Cartel de la campaña para revitalizar la misa dominical.
Cartel de la campaña para revitalizar la misa dominical.

Hace algunos años leí un artículo de un filósofo alemán que manifestaba su preocupación por el peligro de que el Domingo acabase convirtiéndose en un día laborable más.

No conozco las leyes de los diferentes Estados sobre este particular; sí puedo apreciar que hay muchos comercios abiertos en Domingo; y que también muchas otras actividades, y no sólo de servicio al público, mantienen las puertas abiertas. Me parece que la preocupación del filósofo se ha convertido en realidad en no pocos lugares del Occidente.

No sé si los defensores de eso que podemos llamar “domingos  productivos”, son conscientes de que el trabajar el Domingo no es ninguna señal de progreso. Ya en el imperio romano, cuando el número de cristianos comenzó a intranquilizar a los senadores, el gobierno no ahorró improperios a esa “plebe perezosa que no quiere trabajar un día a la semana”.

El descanso dominical es una de las primeras grandes victorias de los cristianos en su influencia sobre las leyes sociales, y fue conseguida sin ninguna violencia.  Quizá hoy, si se hace una encuesta a un buen número de personas, muchos no sabrán la razón del descanso dominical.

El hombre ha trabajado desde sus primeros pasos en la tierra, ha seguido trabajando desde entonces, y, con más o menos ayuda de la técnica y de la ciencia, no dejará de hacerlo hasta que se cierre el tiempo.  Y a la vez, sabe muy bien que, aunque al crearlo Dios le dio el encargo de trabajar, de cuidar de la tierra, el trabajar no es el fin último de su existencia. El hombre está llamado a vivir un Domingo Eterno con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Hablando de la angustia, y de la frustración, que vive el hombre, Juan José López–Ibor escribe: “La angustia del hombre contemporáneo es una angustia ontológica. Nunca ha sido más verdad la expresión “Deus absconditus” –Dios escondido. No es Dios el que se esconde, sino el hombre el que esconde a Dios”.  Y comentando la frustración originada por la angustia, señala: “La frustración del hombre va ligada con el sentimiento de dependencia del ser transcendente. De la frustración y, por tanto, de la angustia, le libera al hombre la fe en Dios, en un Dios que le concede la vida de la libertad. De ahí la grandeza y la miseria del hombre y, lo que es más importante, la existencia de la Gracia actuando sobre ella”.

El descanso y el silencio del Domingo recuerda al hombre su vinculación con Dios. El Domingo es el día del Señor, día de “la adoración colectiva de Dios”, que los cristianos han celebrado desde la Ascensión de Jesucristo al Cielo, reuniéndose –porque nadie festeja nada solo- para participar en la celebración-adoración de la Eucaristía.

Una adoración que es fiesta de Dios y con Dios, que une el recuerdo de dos acontecimientos que dan sentido a la vida: el descanso del Creador, y el del triunfo del Redentor sobre el pecado y la muerte. El Domingo es la fiesta que descubre al hombre lo que Dios ha querido hacer creando el mundo; y a la vez, conmemorando la Resurrección de Cristo, es anuncio de un cielo adelantado, que ya se entrevé. Vivido así, dice el filósofo alemán, “como una fiesta común, el domingo se opone a la transformación del pueblo en una cooperativa de producción y de consumo individualista”.

Para grabar en el espíritu este sentido de “fiesta con Dios”, la Iglesia invita a vivir el Domingo participando personalmente en la acción litúrgica, la Eucaristía, la Misa, que tiene lugar, de alguna manera, en el cielo y en la tierra. Elevando el alma a Dios, todo el quehacer del cristiano quedará impregnado de sentido divino y humano a la vez. Será fiesta, y serán fiesta también el descanso, las visitas de familia, las reuniones deportivas, culturales, amistosas, que llenen el día.

 

El parón del Domingo nos acerca a la medida de la eternidad con la que hemos sido creados, y nos libera de las estrecheces del reloj, situándonos más allá de la medida del tiempo.

En el silencio dominical de la ciudad, el repique de campanas – hoy, por desgracia, se oyen pocas- trae una sinfonía nueva a nuestro cerebro. Una nostalgia del cielo, después del paraíso, y sin falsas huidas de la realidad presente. El descanso cristiano viene a ser como un revivir de los paseos de Adán con Dios en el paraíso. Una conversación entre amigos, un encuentro familiar, tienen otro sentido cuando se viven un domingo convertido en “fiesta del Señor y con el Señor”.

ernesto.julia@gmail.com

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