Ceniza y Eternidad

Miércoles de ceniza.
Miércoles de ceniza.

Para todos los cristianos esta semana comienza la Cuaresma, ese tiempo litúrgico que se abre con el miércoles de ceniza. Durante la Misa, o en algún otro momento de ese día si lo pedimos con libertad, el sacerdote nos impone la ceniza en la frente, a la vez que nos dice, entre otras posibles palabras, esta frase clásica que a todos nos impresiona un poco: “Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás”.

¿Nos convertimos verdaderamente en polvo en el momento de nuestra muerte? Más de una persona desea, o mejor, “sueña”, desparecer por completo, ser aniquilada, en el momento de morir.

Basta participar alguna que otra vez en el duelo por la muerte de algún ser, más o menos querido, que una familia que no cree en la vida eterna celebra en un tanatorio, para darnos cuenta de su pretensión de quitarse de la cabeza y del corazón la realidad de la muerte, y situar, de alguna manera, a un persona de la que se afirma que todo ha desaparecido, que nada queda después del último suspiro, en algún lugar indeterminado, deletéreo, como si se tratara de colocar un escrito en la nube del ordenador.

Sueños vanos. Dios, que nos ha dado la vida, nos ha creado en la tierra abiertos a la eternidad. El palpitar de ese amor creador y eterno de Dios no nos deja nunca. Algunos quieren ahogarlo en la perspectiva de poder, de paraíso terrenos –políticos, sociológicos, culturales, transhumanismos digitales, algoritmos recambiables, historias consumadas, bienestar material y psíquico, etc., etc. Más sueños vanos.

Juan Manuel de Prada nos lo recuerda en estos párrafos de su prólogo a la obra de Gustave Thibon “Seréis como dioses”, que la editorial didaskalos lanza de nuevo al mercado, después de más de 60 años de la primera aparición. “Y compartiendo el drama de Amanda, podemos llegar a confrontarnos mejor con el desgarrador dilema que los avances de la ciencia y la técnica nos plantean, y darles la respuesta adecuada. Que es la que nuestra naturaleza exige; porque basta con que miremos dentro de nosotros para que comprendamos que nuestra vocación no es una vulgar prolongación infinita de nuestra vida terrena, sino la vida eterna, el disfrute de las cosas divinas, el encuentro con la plenitud que colma nuestros anhelos más profundos”.

“Amanda reniega de la igualdad de los hombres sin Dios –esa nivelación aborrecible que nos convierte a todos en monarcas de vida estereotipada- para abrazar la igualdad de las almas ante Dios, que es la única que ni la democracia ni la inmortalidad prometida por la ciencia nos pueden brindar”.

Nuestro cuerpo es polvo, polvo mortal, y da lo mismo que, antes o después según se haga con él la incineración o se entierre en un ataúd, acabe reducido a simples cenizas que se pueden esparcir por cualquier parque, en cualquier mar, en la cima de un monte, en la esperanza de que quede, de alguna manera, en esta tierra. Ese “polvo” volverá a ser vivificado por el alma en la resurrección de la carne;
y será cuerpo glorioso.

Quevedo, en uno de los más bellos sonetos de la lengua castellana, se atreve a decir:
“Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Medulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dexarán, no su cuidado;
Serán ceniza, más tendrá sentido,
Polvo serán, más polvo enamorado”.
Polvo enamorado, después de arrepentirse de su pecado, de reconciliarse con el
Señor, como nos recomienda la Cuaresma.
Amanda, personaje de “Seréis como dioses”, se desprende de todo sueño –vano de entrada, primer engaño del diablo a Adán y Eva- de ser inmortal en la tierra, y anhela con toda el alma ser polvo enamorado, eternamente vivo en el corazón del amor de Dios. 

ernesto.julia@gmail.com

 
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