Caminar juntos

El Vaticano en una tarde.
El Vaticano en una tarde.

“Caminar juntos”, son palabras a las que ya nos vamos acostumbrando cuando las conversaciones giran en torno a la situación actual de la Iglesia, y a las recomendaciones que llegan a oídos católicos a propósito del “sínodo de la sinodalidad” que está en marcha.

La primera reacción que me vino a la cabeza al escuchar esas palabras en algún contexto, por ejemplo, al leer esta frase del Instrumentum laboris de ese sínodo: “La Iglesia sinodal puede desempeñar un papel de testimonio profético en un mundo fragmentado y polarizado, especialmente cuando sus miembros se comprometen a caminar junto con los demás ciudadanos para la construcción del bien común”, fue la de pensar en Nuestro Señor Jesucristo caminando con los discípulos de Emaús.

“¿Qué experiencias de caminar juntos por el cuidado de la casa común hemos tenido con personas, grupos y movimientos que no forman parte de la Iglesia católica? ¿Qué hemos aprendido? ¿En qué punto nos encontramos en la construcción de la coherencia entre los diferentes niveles en los que el cuidado de la casa común nos exige actuar?”

En la cabeza y en corazón del Señor estaba muy claro el propósito de ese “caminar juntos”: que aquellos dos hombres redescubriesen la divinidad de su Persona, reafirmaran la fe en su Resurrección, y volviesen al seno de la Iglesia, para anunciar después a todos los caminantes que se encontrasen, la persona de Cristo “Camino, Verdad y Vida”,  y les animasen a arrepentirse de sus pecados, y caminasen en la tierra abriendo el horizonte de la Vida Eterna a todas las personas que se encontrasen en su caminar.

¿Es ése el pensamiento que subyace en las diversas afirmaciones del Instrumentum laboris recientemente publicado?  No podemos negar que la redacción de algunos puntos sobre los que se invita a reflexionar y discernir, abre el camino a alguna que otra duda. Por ejemplo. Entre las sugerencias para la oración y la reflexión preparatoria en la pregunta sobre el discernimiento, se lee:

“¿Cómo podemos crear espacios en los que aquellos que se sienten heridos por la Iglesia y rechazados por la comunidad puedan sentirse reconocidos, acogidos, no juzgados y libres para hacer preguntas? A la luz de la Exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, ¿qué medidas concretas son necesarias para llegar a las personas que se sienten excluidas de la Iglesia a causa de su afectividad y sexualidad (por ejemplo, divorciados vueltos a casar, personas en matrimonios polígamos, personas LGBTQ+, etc.)?”

Los espacios que la Iglesia tiene siempre abiertos para estas personas, y para todos los que, de una manera o de otra, no aceptan ni la Moral ni la Fe, son espacios de arrepentimiento, de pedir perdón de sus pecados, de acudir al Sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, y abandonar caminos que les apartan de la Fe en Jesucristo, de las enseñanzas de Jesucristo.

La Iglesia no los hiere; les ofrece los caminos para sanarlos y acogerlos. Y lo hace a la luz de las enseñanzas de Cristo, y de la tradición de la Iglesia; no solamente de unos párrafos de una determinada exhortación apostólica que, obviamente, no hay ninguna razón para considerarlos magisterio infalible y que están abiertos a variadas interpretaciones.        

La Iglesia tampoco los excluye. Se excluyen ellos mismos, como se excluyeron en un primer momento los dos discípulos de Emaús, y se excluyen los pecadores públicos, los abortistas, los blasfemos, los violadores, etc., etc. La Iglesia es una madre que siempre tiene los brazos abiertos para acoger a todos los caminantes de Emaús que, después de caminar juntos con Jesús, de oír sus palabras, de darse cuenta de que estaban siguiendo un camino que no les llevaba a ninguna parte salvo a su propio pecado; vuelven gozosos y arrepentidos a Jerusalén.

 

ernesto. julia@gmail.com

        

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