La Belleza de la Inmaculada

Inmaculada Concepción, de Murillo.
Inmaculada Concepción, de Murillo.

Ahora que quieren arrancar de cuajo las multitudes de Cruces que han orientado a navegantes y peregrinos en todos los caminos de Europa; y después de que en este país se haya prohibido rezar en la calle el Santo Rosario; me llega la noticia de que el Tribunal Supero de Justicia de la Unión Europea permitirá a los gobiernos prohibir a los ciudadanos que luzcan cualquier tipo de símbolos religiosos

¿Qué querrán legislar en adelante? ¿Quemar todos los cuadros, todas las esculturas de Cristo, de la Virgen María, de todos los Santos, que llenan los museos y las calles de Europa? ¿Tienen miedo que la Belleza –y la escribo con mayúscula-    que tantos artistas cristianos creyentes han plasmado en sus obras vuelvan a elevar al Cielo los ojos que las contemplan?

Leemos con frecuencia estadísticas, estudios, análisis, sobre el impacto de un hecho, de un acontecimiento más o menos singular. Un cúmulo de detalles, aparentemente minuciosos y muy calibrados, lleva a deducir que una determinada acción ha conseguido influir sobre un elevado número de personas, y que ha dejado una huella más o menos honda en el espíritu de cada uno, etc.

Nunca he leído, ni siquiera he visto anunciado, un estudio, un análisis semejante sobre la influencia de los cuadros de la Inmaculada, de la Virgen Inmaculada, en esos acontecimientos del entramado de la vida personal y social de los humanos.

¿Es absurdo plantearse una cuestión semejante? Con la conciencia clara de que no la voy a resolver, oso al menos plantearla.

Murillo, Velázquez, Zurbarán, Valdés Leal, Martínez Montañés, y tantos otros pintores y escultores que han osado plasmar en tela, en madera el rostro, el gesto, la emoción de la Inmaculada, nunca llegarán a conocer la influencia de sus obras en el corazón y en la mente de las personas que los han contemplado.

En estos momentos culturales -aunque también podríamos calificarlos de “a-culturales”- y de abandono de la Fe y de la Moral que se viven en Europa, quizá nadie ose ni siquiera intentar un análisis semejante. Y menos, ahora que Y, sin embargo, en mi opinión, esa plasmación de la Belleza de María, de la Belleza de la obra de Dios en Ella, esa Belleza de la Redención operada en Ella desde el momento de su Concepción, es como una corriente de agua subterránea que alimenta y da de beber a raíces muy hondas de las ilusiones y esperanzas de los hombres.       

Benedicto XVI, hablando de la verdad y caridad a artistas, señala: “de la perfecta armonía de verdad y caridad, emana la auténtica belleza, capaz de suscitar admiración, maravilla y alegría verdadera en el corazón de los hombres. El mundo en que vivimos necesita que la verdad resplandezca y no sea ofuscada por la mentira o la banalidad; necesita que la caridad inflame y no sea superada por el orgullo y el egoísmo. Necesitamos que la belleza de la verdad y de la caridad alcance lo íntimo de nuestro corazón y lo haga más humano”.

Ni siquiera entre intelectuales de arraigada fe católica, entre muchos hombres de fe que se esfuerzan verdaderamente en transmitir la Verdad, a Cristo, se le da el relieve necesario a la fuerza evangelizadora; o mejor, transformadora de la sociedad, de esa Belleza que surge como un manantial inagotable, de la “verdad y la caridad”.

 

Conocemos, y analizamos, el influjo de una medida de gobierno sobre la educación o la deseducación de los estudiantes; de la repercusión de una subida o bajada de impuestos sobre el comportamiento del consumo de los ciudadanos. Llegamos incluso a seguir el rastro que pueden dejar, a veces hondo, a veces muy superficial, las ideas de un pensador, de un predicador, de un estudioso; y hasta de una película, de una obra de teatro.

 ¿Quién osaría desentrañar la influencia cultural, espiritual en su más amplio sentido, de unas obras de arte que tratan de reflejar, en la medida que sea humanamente posible, el misterio de la Inmaculada Concepción de María?

Dante se extasía al contemplar la belleza de María en el Canto 33 del Paraíso.

“Virgen madre, hija de tu Hijo, /   La más humilde y alta de las criaturas / Término fijo de la eterna Voluntad, / Tú eres quien la humana naturaleza / ennobleciste de modo que Su hacedor / no desdeñó hacerse criatura.

En Ti la misericordia, en Ti la piedad / en Ti la magnificencia, se reúnen / con toda la bondad que se pueda encontrar en criatura. 

Yo tengo en mis ojos y en mi espíritu la Inmaculada de Murillo que corona la cúpula de la sacristía de la Catedral de Sevilla.

Benedicto XVI es bien consciente de que la Belleza aúna la Verdad y la Caridad que vivifican la cultura, pone en manos de la Virgen Inmaculada, los trabajos de los teólogos, hombres y mujeres, ¿por qué? “porque en su custodia de la Palabra en su corazón, es paradigma de la recta teología, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Sea Ella, la Estrella de la esperanza, la que guíe y proteja el precioso trabajo que desarrolláis para la Iglesia y por y en nombre de la Iglesia”. 

La influencia de los cuadros, de las esculturas, de la Inmaculada no puede reflejarse en ninguna estadística, en ningún análisis; pero me atrevo a considerar que sin esa influencia cualquier cultura en Europa sería estéril.

ernesto.julia@gmail.com

Comentarios