Aburridos de vivir

Amigos de Covadonga con la Santina.
Amigos de Covadonga con la Santina.

Quizá todos nosotros hemos pasado ya por la experiencia de haber encontrado personas, amigos, conocidos y desconocidos que lamentan el aburrimiento que les invade en algunos momentos de su vida. 

No me refiero a ese aburrimiento de "cada día” fruto de un poco de cansancio, de una buena dosis de desilusión -siempre deseamos hacer más y mejores cosas de que las que conseguimos llevar a cabo-, o sencillamente de la oscuridad producida en nuestro espíritu por unas de esas nubes pasajeras que, en definitiva, nos ayudan también a añorar más amorosamente la luz.

Estas líneas quieren aludir a ese otro aburrimiento más profundo que lleva hasta las fronteras de la existencia humana, y que no pocas personas tratan de soslayar haciendo mucho ruido, multiplicando viajes, entretenimientos, diversiones, movidas. No saben estar parados, quietos, calmos y no vislumbran el gozo del cotidiano existir con sus ruidos y sus silencios alternados, sus quehaceres y sus ocios, sus momentos de guerra y sus instantes de paz; en los que el hombre va descubriéndose a sí mismo, mientras camina en y hacia Dios. 

Es ese aburrimiento que invita a estar hartos de todo y de todos, a no sentir el menor interés por nada; un aburrimiento mezclado a menudo con el hastío al considerar que cualquier esfuerzo por salir de la situación es vano, y que cualquier empeño por algo que esté vivo es inútil. Hasta el bueno y saludable descanso se convierte en amargo para el aburrido.

Hay quien está aburrido una tarde de domingo, un fin de semana completo, porque no sabe cómo llenar el tiempo, acostumbrado quizá a dejarse transportar los demás días de la semana por un ritmo de trabajo y de ocupaciones ya habitual. Hay quien teme el tiempo de la jubilación obsesionado por cómo va a conseguir llenar las horas que le quedan por delante.

Quizá a todos nos resulte difícil llegar a las raíces del aburrimiento. Dios ha dado al hombre una gama riquísima de posibilidades, de horizontes y de perspectivas, un afán insaciable de curiosidad, un espacio amplísimo en su cerebro que nunca acaba de estar completo del todo -"siempre cabe un idioma más, me comentó un día un neurólogo alemán-, y tanto espacio en el alma y en el corazón. La capacidad que cada uno de nosotros tenemos para amar, para sacrificarnos, para servir, es prácticamente imposible de colmar en esta vida.

Comprendo la pena de Unamuno, cuando dejó escrito aquel lamento que se puede aplicar a muchos mortales: "¡Desdichado el hombre que se aburre si tiene que permanecer solo unos días en medio de la campiña libre!"; y a la vez pienso que son más desdichados los hombres y las mujeres que viven en aburrimiento porque se encuentran -y no hacen nada para salir de esa situación, aunque bastaría sólo dar un paso- un día tras otro sin nada que hacer; sin nadie a quien cuidar; sin nadie de quien preocuparse ni por quien llorar; sin ningún otro ser humano en quien pensar; sin ninguna criatura a quien echar en falta. 

Los verdaderamente desdichados, sin embargo, son quienes aún en medio de los quehaceres y de los afanes profesionales, familiares y sociales de todo tipo, desarrollan un profundo aburrimiento, cercano al tedio mortal, porque para ellos los días se repiten sin pena ni gloria, sin descubrir ninguna novedad en las cosas de cada momento; las personas y los acontecimientos son seres más o menos absurdos y curiosos, sin sentido alguno para sus propias vidas. Su lema podría rezar así: "todo es siempre igual; y nunca pasa nada". A lo más, mantienen vivo quizá el entretenimiento del "poder"; pero ése se agosta pronto. 

Beckett lo expresó muy bien en su "Esperando a Godot". En medio de un diálogo en el que la escena parece comenzar a animarse, Estragon sentencia, y con acierto: "No pasa nada; nadie viene, nadie va. Es terrible". Y poco más adelante, después de esfuerzos tan inauditos como inútiles para conseguir entretenerse -"probemos a conversar con calma, ya que somos incapaces de guardar silencio", se dicen-, Estragon anima a su compañero Vladimir a hacer algo, a moverse, sin preocuparse de nada más: puede empezar por donde quiera y del modo que quiera.

 

Después de algunas negativas, la respuesta definitiva de Vladimir a la invitación de Estragon, es un paradigma del aburrimiento: "Puedes comenzar por cualquier cosa".  "Cierto, dice Vladimir, pero tienes que decidir". Y, me pregunto yo; ¿de qué vale la pena decidir, si todo carece de sentido, de significado, como Estragon y Vladimir han estado repitiéndose toda la comedia?

Cuando vivir queda reducido al mero existir sobre la tierra, el aburrimiento ha tomado ya posesión del hombre. Ese "tedio mortal" quizá no sea otra cosa que el resultado de no ver un sentido a la vida, de haber perdido la esperanza de encontrarlo, y de no arriesgar ya más energía para conseguir un día descubrirlo. Cuando tenemos el corazón en las necesidades de los demás, y queremos ayudarles a resolverlas, no nos aburrimos nunca. Las madres, y no digamos, las de cinco, seis, ocho y más hijos, saben mucho de esto.

Beckett, como Camus, fueron quizá dos "aburridos de vivir"; y el mito de Sísifo -la vida no es más que subir una piedra al monte y, desde la cumbre, volver a bajarla a la llanura- no saca a nadie del "morirse por aburrimiento". 

Un cristiano si mira a Cristo morir por Amor a nosotros; y Resucita para caminar con nosotros y abrirnos la perspectiva del Cielo, no se aburrirá nunca. Aprenderá a amar, y amando llenará su vida, no verá jamás el aburrimiento.

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