¡Resucitó!

La vida de los habitantes de Jerusalén siguió como de costumbre. No pocos habrían olvidado ya la crucifixión que vieron hace apenas un par de días. Todo acabado. Ni siquiera los cazadores de noticias curiosas habrán dado el más mínimo relieve a unos rumores salidos de la boca de unas cuantas mujeres:Jesús, ¡ha resucitado! A una afirmación semejante no valía la pena prestar alguna atención. De haber existido un periódico en Jerusalén no habría dado la noticia ni siquiera en la quinta página.

  La noticia se repite hoy, y se seguirá repitiendo con la misma actualidad de aquella mañana de Resurrección, dentro de otros dos mil años, hasta el fin del mundo.  Y como entonces, unos dirán. ¡es una locura!; es una cosa de antiguos fanáticos, dirán otros; ¡cómo se puede volver a de la muerte; seguramente no habría muerto; es una trampa!, dirán los “progresistas” del momento con su boca más pequeña que su inteligencia.

Lo que ocurrió en un rincón de Jerusalén hoy es conocido, y vivido, en las cimas del Himalaya; en las cumbres de los Andes; en las llanuras de Hungría; en las pampas argentinas; en las Islas Filipinas; en las selvas africanas; en los suburbios de Amsterdam, de Madrid, de Nueva York, o de cualquier otra ciudad de esta aldea que es la tierra

Y el hecho ha sido, y es, el acontecimiento, el único acontecimiento, que marca un antes y un después en la historia del mundo, en todo el vivir de los hombres sobre este pequeño planeta llamado Tierra. Cristo ha resucitado. El tiempo de la muerte  ha  sido asumido en la Eternidad del Resucitado.

  Y no sólo marca un antes y un después. No poco pensadores consideran -y no les falta razón- que es, ha sido, el acontecimiento que da sentido a todas las civilizaciones, a todas las historias de las luchas de los hombres, de sus grandes descubrimientos, de sus más azarosas batallas contra ellos mismos y contra todos los elementos más adversos que se haya podido encontrar. Y continuará dando sentido a todo lo que el hombre construya y destruya sobre la tierra, hasta el fin del mundo. Que el mundo tendrá fin, cuando el tiempo concluya se andar, y “la tierra nueva, el cielo nuevo” sea Eternidad.

Jesús ha Muerto; Jesucristo ha Resucitado. Dios ha vivido la muerte del hombre y en el hombre; el hombre vivirá la Vida de Dios, en Cristo Nuestro Señor.

A la mesa del César romano no llegó entonces ningún informe especial sobre lo ocurrido aquellos días en Jerusalén. ¿Qué importancia podría tener para la buena marcha del Imperio otra crucifixión en Palestina? Unos soldados lanzaron los rumores de que alguien había robado el cadáver de un crucificado, bien custodiado en un sepulcro nuevo cavado en la roca y cerrado con una gran piedra. El rumor decía que algunos de los seguidores de “un tal Jesús”, aprovecharon el sueño que había dominado a los guardianes aquella noche, y que habían robado el cadáver. Nadie sabía dónde lo habían escondido. Y fueron diciendo por ahí que lo “habían visto vivo”.

Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre ha vivido la muerte en la Cruz -¿dónde está oh muerte tu victoria?-; Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre “de María Virgen”, ha Resucitado en Cuerpo Glorioso. Ya no existía ningún cadáver: la Resurrección de la Carne ha comenzado a tener lugar. ¡Pobres soldado romanos puestos de guardia para ocultar la grandeza de Dios! Quizá en ningún momento de la historia el hombre ha manifestado su pequeñez como ante el sepulcro vacío de Jesucristo. Y nunca manifiesta más su grandeza que cuando exclama: ¡Cristo ha resucitado!

Nadie ha visto salir a Jesucristo del Sepulcro; nadie lo ha visto remover la piedra que cubría la entrada y que estaba después cuidadosamente situada a un lado; nadie había visto a ningún ser humano recoger los lienzos que recubrían el rostro y el cuerpo del sepultado, y doblarlos cuidadosamente.  Nadie ha visto nada. Y los lienzos estaban allí; la piedra estaba removida y dejaba abierto un sepulcro vacío.  Pedro, Juan, la Magdalena, Andrés, ...vieron Vivo al que contemplaron Muerto, hablaron con Él, y comieron con Él a la orilla del Lago.

 

Y desde entonces, no obstante la incredulidad de algunos, como la de los atenienses que escucharon el discurso de Pablo, la noticia sigue corriendo boca a boca por todos los caminos del mundo. La luz radiante que llenó de alegría el corazón tembloroso de los Once Apóstoles, no ha dejado de iluminar todos los senderos transitados por hombres y mujeres en cualquier rincón de la tierra. Ninguna luz ha movido el andar de más hombres y mujeres a lo largo de los siglos. Ninguna luz ha influido con tanta fuerza en las culturas que los hombres podemos llegar a construir.

La noticia de la Resurrección sigue, y seguirá siendo siempre, de actualidad. Y los “atenienses” que no quieren oír hablar de algo semejante, también.

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com


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