Javier Echevarría, en su muerte

Se ha cerrado ayer, a las 21.10, en un hospital de Roma, la vida en la tierra de Javier Echevarría. Una vida crecida y desarrollada a la sombra, y en plena colaboración, con Josemaría Escrivá y con Álvaro del Portillo, hoy uno santo y el otro beato. Y siempre, viviendo, al lado de esos dos hombres, el palpitar de la labor apostólica del Opus Dei, que ha ido creciendo a lo largo de los años.

Desde 1994, le tocó a Javier Echevarría llevar las riendas de la dirección de la ya Prelatura del Opus Dei; y en sus años, la labor se extendió, de forma estable, a Lituania, Estonia, Eslovaquia, Líbano, Panamá, Uganda, Kazakhistan, Sudáfrica, Eslovenia, Croacia, Letonia, Rusia, Indonesia, Corea, Rumania, Sri Lanka; y ha muerto abriendo ya las puertas del comienzo estable en Vietnam, del que ya había hablado tiempo ha con el entonces Card. Van Thuan.

Cuando fue elegido para ser Prelado, alguien comentó que quizá era demasiado el peso de la responsabilidad que se había cargado sobre él. Y es posible; pero él siempre confió en la gracia de Dios, como había visto confiar a sus dos predecesores. Unas palabras suyas se las podemos aplicar hoy a él mismo:

“Meditar y adentrase en la fe de María –siempre fue un gran devoto de la Madre de Dios- nos conduce y ayuda a sentir la dependencia total que de Dios tenemos., dependencia que nos hace entender que, agarrados firmemente a su mano, nos volvemos capaces de cumplir maravillas, con un relieve extraordinario para nuestra propia existencia, para la Iglesia, para la corredención que nos ha sido confiada, un relieve extraordinario que desciende lógicamente a los quehaceres y pequeñeces, aparentemente más indiferentes, ya que con Dios póssumus; lo podemos todo; y sin Él, nihil, nada”.

Es cierto que sus sueños de juventud eran, realmente, de corto alcance:

“Yo quería ser agente de cambio y bolsa, como mi abuelo, para ganar dinero y vivir bien. Luego, Dios se metió en mi vida y cambié mis planes”, manifestó en una entrevista a Pilar Urbano, en 1994.

Dios se metió hondamente en su vida desde su encuentro con el Opus Dei en el Madrid del año 1948, y fue abriéndole el alma en el vivir diario con Josemaría Escrivá y Álvaro del Portillo.  Ese vivir pendiente de otras personas le sirvió para ir desarrollando lo mejor de su personalidad, eliminando lo que podía impedir ese desarrollo –que él reconocía con humildad- en el espíritu de saberse hijo de Dios en Cristo nuestro Señor, correspondiendo a la llamada a vivir con el Señor, en el trabajo diario de cada jornada.

Y los planes de Dios le fueron llevan hasta ser elegido, en marzo de 1994, Prelado del Opus Dei, más allá de cualquier perspectiva de su propia vida..

“Yo nunca hubiera soñado realizar mi vida de un modo tan ambicioso. Viviendo a mi aire, yo hubiese tenido unos horizontes muchísimo más estrechos, unos vuelos más cortos. De no haber estado, día tras días, junto a dos hombres de esa estatura humana y espiritual (se está refiriendo a Josemaría Escrivá y a Álvaro del Portillo), ni me habría planteado la ambición de entenderme con todo el mundo, de preocuparme por todas las almas. Ni el interés por todas las culturas. Ni el afán de servicio a los demás. Ni la amplitud de miras, para ver los problemas de la Iglesia y de la sociedad civil. Ni me hubiese abierto a conocer –no como una curiosidad, sino como una preocupación personal- la situación de los hombres en todos los países del mundo, sus condiciones de trabajo, su nivel de libertad y de dignidad...Viajando y viendo vivir en su propio terreno a gentes de todas las naciones, de todas las condiciones sociales, de todas las razas, de todas las religiones... Yo, como hombre de mi tiempo, como cristiano y como sacerdote, soy una persona ambiciosamente realizada. Y tengo el corazón mundializado, gracias a haber vivido con dos hombres de espíritu grandioso, cristianamente grandioso” (de la entrevista con Pilar Urbano).

 

A mí me tocó vivir con él la muerte de Josemaría Escrivá, momentos muy especiales en la historia del Opus Dei. Lloró mucho y, sólo al cabo de unos días recobró la paz de espíritu. Cerró los ojos a Álvaro del Portillo, y la paz invadió su alma en agradecimiento a Dios por la fidelidad de su predecesor.

Y con esa paz, “a ejemplo de san Josemaría Escrivá y del Beato Álvaro del Portillo, a quienes sucedió al frente de toda esa familia, entregó su vida en un constante servicio de amor a la Iglesia y a las almas” (telegrama del Papa Francisco).

ernesto.julia@gmail.com.


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