El “Bíblico” y los “otros” discernimientos

A propósito de cuestiones morales que están siendo debatidas y comentadas entre los fieles católicos, incluidos sacerdotes, obispos, cardenales, etc., la palabra “discernimiento” es quizá de las que aparece con más frecuencia, y con diferente significado.

En su definición más sencilla, y al alcance de cualquier inteligencia, “discernimiento es la capacidad, habilidad, de poder decidir entre la verdad y el error, entre lo bueno y lo malo, para después, actuar en consecuencia”.

Tres pasajes del Nuevo Testamento nos pueden ayudar a darnos cuenta del verdadero discernimiento “bíblico”.

San Pablo nos dice: “No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal” (1 Tes 5, 21-22)

San Juan nos recomienda: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritu si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”, (1 Juan 4, 1).

Después de hablar de la labor de los apóstoles, de los evangelistas, de los doctores, etc.,  San Pablo, les dice a los de Efeso que actúan “para el perfeccionamiento de los santos… y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a los unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error” (4, 12-14).

El discernimiento “bíblico”, en definitiva nos lleva a acoger la Verdad que hemos recibido de la Iglesia, que a su vez ha recibido de Jesucristo, de Dios; y nos invita a rechazar libremente la “mala doctrina”. En ningún momento nos invita a que discutamos la Verdad, las palabras de Dios, de Cristo, y las interpretemos a nuestro aire para, después, actuar según nuestro “discernimiento”.

El discernimiento bíblico no pone en duda las palabras de Cristo que la Iglesia nos ha transmitido a lo largo de su historia. Ante las palabras “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, no se le ocurre poner en duda la realidad de esas palabras, pensando que no había entonces grabadoras que recogieran lo que salía de la boca del Señor, como se le ha ocurrido decir a un religioso romano. Lo que nos sugiere es tratar de llegar al tesoro de luz que sobre el matrimonio encierran esas palabras; y actuar después en consecuencia. Uno discierne y decide seguirlas, actúa bien; otro discierne y decide ir en contra, actúa mal, peca.

El discernimiento “bíblico” afecta a la conducta de la persona; no se le ocurre poner en duda, ni siquiera tratar de interpretar a su aire, la Verdad de Cristo; la doctrina de Cristo.

 

El mismo religioso romano a la pregunta de si ese “otro” discernimiento puede llegar a conclusiones distintas de la doctrina, responde:

-Esto sí, porque la doctrina no sustituye al discernimiento, como tampoco al Espíritu Santo.

En ese caso, el Espíritu Santo se contradiría. Ha inspirado la doctrina afirmada por la Iglesia, recibida de Cristo; y permitiría a un fiel cualquiera llevarle la contraria discerniendo a su aire sobre el contenido de la doctrina, sobre la Verdad de la doctrina; y no sobre si él escoge seguirla o no seguirla, hacer el mal, o vivir el bien.

Los apóstoles lo tuvieron muy claro, y en el Concilio de Jerusalén dijeron claramente: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros”. Éste es el discernimiento “bíblico”. La palabra de Dios se respeta. La Verdad, en todo su contenido, es real y objetiva. El discernimiento subjetivo no la cambia.

En la línea de los “otros” discernimientos, cabría pensar –es una hipótesis- qué habría ocurrido si Eva hubiera hecho también su propio “discernimiento”.  Se habría animado a discernir la palabra de Dios. Si es tan bonito este árbol, ¿porqué Dios nos ha prohibido comer sus frutos?. Seguramente el Señor dijo otra cosa, y yo lo he entendido mal; ahora lo veo más claro. No tenía una “grabadora” para recoger las palabras de Dios. Me hará bien comer del árbol del bien y del mal. Y comió.   Y pecó. Y al salir del paraíso, se hubiera dado cuenta enseguida de dónde le había llevado su “discernimiento”.

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. El discernimiento “bíblico” acepta plenamente las palabras de Cristo, y enseña al hombre a vivirlas en plenitud. Los ·”otros”· discernimientos, se olvidan de las palabras de Cristo, y destruyen la realidad que encierran esas palabras: el matrimonio.

ernesto.julia@gmail.com



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