El reto de Navidad

La Navidad nos sitúa ante el misterio más profundo de la relación de Dios con el hombre. Mientras Dios permanecía lejano, en lo más recóndito del cielo estrellado, o en el más profundo de los abismos del universo, el hombre podía reducirlo a un concepto, a una realidad fruto de la reflexión filosófica, sin decidirse a entablar un diálogo con un ser al que el hombre llegaba a través de un concepto: "el Ser-Supremo".

La Navidad lo cambia todo. Y no sólo en el panorama humano intelectual y espiritual de los creyentes y de los no creyentes. Lo cambia todo en el andar del mundo. Es el acontecimiento de mayor honda influencia en todas las culturas del mundo, y seguirá siéndolo hasta que la aventura humana llegue a su final en la tierra. Que llegará. A veces se me ocurre pensar que la tierra existe para que un día viniera Dios a llenarla con su presencia; que un día fuera Navidad, y me parece que no estoy muy desorientado.

Para algunos contemporáneos que llegan a admitir un "ser supremo", aunque quizá no de muy buena gana, les parece absurdo que ese "ser" se preocupe de los hombres, de unos "seres" minúsculos, apenas unos granos de arena, que viven en un planea "insignificante", y que apenas se mantienen en la superficie de este planeta unos cuantos años.

A quienes quieran, la Navidad les abre los ojos: "Dios es uno de los nuestros y por eso se le puede invocar de verdad, por eso está ahí co-existiendo con nosotros" (Ratzinger).

Ese es el Reto. Aceptar a Dios, aceptar al Hijo de Dios hecho hombre que nace de María Virgen. Y que se interesa por el hombre, que nos da a conocer, a "un Dios que tiene sentimientos como el hombre –sigue Ratzinger-, que se alegra, que busca, que espera, que sale al encuentro". Y que algunos se obstinan en que no se interese más de la historia de los hombres; que les deje hacer y deshacer en la vida de los demás, sin que la sombra de Dios, el "rostro de Dios" aparezca.

Ese "rostro de Dios", que es Jesucristo, que sigue sonriendo en Belén, sufriendo doloroso en el Calvario, acompañando las penas y las alegrías de los hombres en las bodas de Caná, en la curación de los leprosos, en la resurrección de Lázaro. Que acerca al hombre al corazón de Dios Padre, para que descubra que "este Dios tiene corazón, está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante" (Ratzinger).

¡Con que alegría rece un Padrenuestro con un anciano anarquista, ateo confeso, que después de echarme en cara que era absurdo que los cristianos creyéramos en un Dios del que decíamos que había tomado la miserable carne de nosotros los hombres, abrió su inteligencia a la Fe en ese Dios, contemplando en silencio el misterio de Navidad; contemplando absorto la sonrisa del Niño Dios en el Portal de Belén¡

El Reto sigue en pie. La Navidad nunca se puede convertir en una "costumbre" más del pueblo creyente, aunque se seguirá hablando de las "costumbres" de Navidad, de los "regalos" de Navidad, de las comidas y cenas de Navidad.

La Navidad, la conmemoración del Nacimiento de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, un día en Belén; un día, a una hora, en un año del calendario del tiempo hecho por los hombres, que se introduce en la historia de los hombres que Él mismo había creado, será siempre el Misterio por excelencia que el hombre descubre en la tierra.

 

¿Cabe la indiferencia, el rechazo, ante Dios que ama así? Ese es el Reto.

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com

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