Una renuncia santa

Esto señalé hace unos días; y hoy quiero dar un paso más en el análisis de una decisión que ha conmovido el espíritu de tantas personas, y ha animado a elucubrar a no pocas imaginaciones.

El tema sigue candente, y continuará por mucho tiempo. Y no sólo por lo inesperado e insólito del gesto –el único, sin semejanza con otras renuncias, en 2000 años de historia de la Iglesia-; ni por la personalidad de quien lo ha llevado a cabo; ni siquiera, tampoco, por la dificultad de encontrar "razones" convincentes –y pongo "razones" entre comillas- y definitivas para explicarla en todos los detalles.

Y seguirá candente porque, escondidos en las apariencias y en todos los detalles que han salido a la superficie: cansancio, pérdida de vigor "de espíritu y de cuerpo", por señalar las más nobles, y olvidarme de los "miserables" como pueden ser enfrentamientos curiales, obstáculos a las medidas de gobierno, carencia de buenos colaboradores, etc., etc. Oculto debajo de todo, decía, está el encuentro personal de un hombre con Dios en lo más hondo de su conciencia.

Ante un gesto así quizá solo cabe el silencio, o bien comentarios semejantes al de un Cardenal que dice "Un gesto que corresponde perfectamente al alma de un santo. Es un tipo de humildad que hoy no estamos acostumbrados a ver, especialmente en la vida civil, en la que tantas personas se apegan a su sillón, al 'puesto de mando". Obviamente, aquí no se trata de ninguna cuestión de poder, ni nada por el estilo.

Ante la pérdida de vigor de espíritu y de cuerpo, y consciente de la necesidad de "gobernar adecuadamente la Iglesia", Benedicto XVI pone su conciencia delante de Dios, y ante todos los asuntos con los que se tiene que enfrentar, no manifiesta miedo, no tiene el temor que el pueblo escogido experimentó ante los "gigantes" que poblaban la tierra prometida.

"Sí. Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con las tareas de su cargo, tiene el derecho, y en determinadas circunstancias, también el deber de renunciar". Y añadió Benedicto XVI en su entrevista con Seewald: "Se puede renunciar en un momento sereno o cuando ya no se pueda más".

Benedicto XVI llega al conocimiento más hondo de sus límites, y le dice al Señor que no quiere ser obstáculo alguno para que Dios siga rigiendo la Iglesia: una Iglesia que Benedicto XVI ha liberado de muchos males, ha desvinculado de situaciones terrenas que paralizaban su acción, ha abierto, en línea con los anteriores Papas, a horizontes verdaderamente universales. En ningún rincón de la tierra ha dejado de elevarse una oración a Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo pidiendo por Benedicto XVI.

Benedicto XVI adora –ha reverdecido la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento en toda la Iglesia- y ante Dios ha renunciado. Y la pregunta surge inmediata: ¿Qué quiere Dios con esta renuncia?

Dios dio fuerzas a Ratzinger para aceptar el Pontificado, y convertirse en Benedicto XVI; y ahora acoge su renuncia humilde -¿le ha pasado por la cabeza al Papa, es un pensamiento santo, que en sus condiciones debe renunciar también para no ser obstáculo a la labor de Dios en la Iglesia?- para recordarnos a todos que la Iglesia es Suya; que la Iglesia es de Cristo, y que en Ella Cristo sigue vivo y actuando en la historia de los hombres.

 

Otro Cardenal reconoce que ya ha canonizado a Benedicto XVI en su corazón. Las canonizaciones conviene dejarlas para el momento inmediato después de la muerte. No veo inconveniente alguno, en cambio, en reconocer que se trata de una renuncia santa. Se retira a orar.

Ernesto Juliá Díazernesto.julia@gmail.com

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