Dos personajes en la Pasión de Cristo

Uno vive los hechos desde lejos y queriendo olvidarlos lo antes posible. La otra se mete de lleno en lo que está ocurriendo en la calle, y vive cada minuto con intensidad.

Poncio Pilato decide quedarse al margen. La muerte de Jesús no parece influir en nada a sus planes de gobierno, y opta por ver los acontecimientos desde fuera. No es judío; no entiende las cuestiones legales que los hombres del Sanedrín le quieren plantear. Nada sabe de los planes de Dios sobre el escogido pueblo de Israel. Ante él está sucediendo la realidad más llena de sentido que ha ocurrido jamás sobre la tierra, y hace todo lo que está en su mano para dejarla pasar sin que le afecte:

-"Tomadlo vosotros, y juzgadlo según vuestra ley".

Ante la insistencia del Sanedrín, se limita a hacer a Cristo una pregunta política:

-"¿Eres tú el rey de los judíos?"

La respuesta le desconcierta:

-"Mi Reino no es de este mundo".

Pilato, aunque no entiende, ni siquiera se interroga.¿Acaso hay otro mundo en el que César no tenga nada que decir? "Dad al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios". Quizá ha llegado hasta sus oídos esas palabras del Señor, y al tenerlo delante de sus ojos su cabeza se llena de cuestiones y de interrogantes.

-"Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la Verdad oye mi voz".

 

La pequeña luz que se abrió en su espíritu para poder descubrir algo del tesoro de las palabras de Cristo, trata de apagarla inmediatamente, y lo hace con una pregunta:

-"¿Qué es la verdad?"

El pensar político en el César bloquea las reacciones de su espíritu. Pilato conoce apenas otra realidad que no sea pura y simple maniobra política. Y los del Sanedrín se lo recuerdan:

-"Si lo dejas en libertad, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César"

¿Qué es la Verdad?

Y se lava las manos. Poncio Pilato será siempre un personaje actual. El es la expresión clara del hombre que no quiere tener más compromisos que con el César; que convierte toda su vida en "política". Para vivir así, decide alejar a Dios del horizonte de su visión y de su pensamiento, de su conciencia, de sus relaciones en la vida pública, de los niveles más hondos de su humanidad.

La Verónica -el otro personaje- sabe quien es Cristo. Ama a Cristo. No se pregunta ¿Qué es la Verdad? Mira a los ojos de Jesucristo, y desde el fondo de su corazón le dice. "Tú, Señor, eres el camino, la verdad y la vida".

Su gesto nos hace pensar; nos sitúa a cada uno ante nosotros mismos, ante nuestras cobardías y flaquezas, ante nuestros temores de manifestar nuestra fe, cuando el testimonio puede comprometer nuestro trabajo, nuestra situación.

A Jesucristo nadie le conoce. En medio de la multitud que asiste al "espectáculo", ella quiere manifestar su amor a Aquel que, por ella, "Ha sido hecho el oprobio de las gentes"

Da un paso adelante, movida por el amor que vence los obstáculos, para salir al encuentro de amado herido y maltratado. Ni la compasión, ni la pena. Arriesga su vida por amor. Sólo el amor da fuerzas para poner en juego la propia vida.

El Señor, en el camino del Calvario, en la Cruz, en el sufrimiento, siempre encontrará Verónicas y Pilatos.

Verónicas, en los hombres y mujeres que le contemplan, le aman, le consuelan con su fe y su amor. Pilatos, en las mujeres y hombres que lo desprecian, que se alejan de Él, que le preguntan, con un cierto aire irónico: "¿Qué es la verdad?"; que viven encerrados en su reino y se arrancan los ojos -es el único camino camino para quedar ciegos- para no ver el Reino de Cristo, "que no es de este mundo".

Pilato esperó despierto y en ansia el final de la Pasión. Se maravilló de la rápida muerte de Jesucristo y cedió enseguida su cadáver.: un muerto ya no podía ser ningún obstáculo "político" a su "carrera". La pregunta: "A quién queréis que os deje en libertad? ¿A Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?" le angustió a lo largo de su vida.

Verónica, contempló la muerte de Cristo oculta entre el grupo de las santas mujeres que acompañaban a María el pie de la cruz. Y con la Virgen esperó la Resurrección. Nadie arrebató jamás el gozo de su corazón.

Ernesto Juliá Díaz

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