Horizontes de Fe

Espíritu Santo.
Espíritu Santo.

¿Pesimistas? No. El cristiano que cree en la Encarnación, en la Resurrección de Cristo y en su Ascensión al Cielo, y cree además en su Presencia Real en la Eucaristía, además de la Asunción de la Virgen María al Cielo, nunca tiene razones para ser pesimista.

A veces escuchamos algunos lamentos sobre la situación de la Iglesia en los momentos actuales: baja notable de las ordenaciones sacerdotales, reducción del número de matrimonios que se celebran en la Iglesia, aumento considerable de matrimonios que no bautizan a sus hijos, personas bautizadas que mueren sin recibir los últimos sacramentos, conventos que se cierran por falta de vocaciones, templos que se cierran por carencia de sacerdotes, etc., etc.

Y junto a estos datos más o menos estadísticos, nos llegan afirmaciones de algunos propagandistas ideológicos, políticos y no políticos, que pueden provocarnos un cierto pesimismo. Por ejemplo, cuando un ministro o ministra afirma que las leyes sobre el aborto, eutanasia e ideología de género que rigen en el país son la punta del “progresismo” cultural. El progreso vivido en libertad mira hacia el futuro y el bienestar; esas “leyes progresistas” defensoras de asesinatos y de manipulaciones sobre las personas, no hacen más que agrandar el camino hacia la corrupción, el totalitarismo y la muerte de una sociedad.

 No es extraño que esas mismas personas “progresistas” anuncien que se acerca el fin de la Iglesia, del cristianismo, y se inventan plazos de 20, 30, 50 años; quizá con la ilusión de ser “profetas” y ver realizados sus “sueños”. Sin la menor duda, se olvidan que desde la revolución francesa hasta nuestros días es alargada la lista de políticos, científicos, filósofos, marxistas, comunistas, “liberales”, transhumanistas, posthumanistas, ideólogos de cualquier género, etc, etc., que han soñado con participar en el entierro de la fe cristiana. Muchos han muerto y nadie se acuerda ya de ellos. La Iglesia, la Fe en Cristo sigue viva en todos los rincones del mundo y, en no pocos de ellos, floreciente y creciendo.

A ese tipo de consideraciones “funerarias” no le debemos dar la mínima importancia.

Las estadísticas nos quieren desanimar un poco subrayando hechos que todos conocemos, y a los que nunca nos debemos acostumbrar. Tanto por ciento de cristianos que viven la Religión como si fuera una cultura cualquiera: actos a los se ha de asistir, acontecimientos en los que conviene participar, etc., desconectándose de la relación personal con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; que no bautizan a sus propios hijos y no les transmiten la herencia de la Fe, la mejor riqueza, con la propia vida, que les pueden dar; personas bautizadas que se casan en el registro civil, y sus matrimonios están abiertos a desaparecer cuando les convenga, etc. Y no digamos de quienes después de haber vivido un tiempo su Fe, se mueren no queriendo recibir los Sacramentos, ni ver a su alrededor ningún sacerdote.

Todo eso es cierto, y lo vemos todos los días a nuestro alrededor. ¿Sólo vemos eso? NO.

A Dios gracias tenemos ojos también para ver esa corriente de Fe profunda y sincera que está latente y viva en el espíritu de tantos cristianos conscientes y agradecidos a Dios de serlo, que han aprendido a vivir en el profundo misterio de la Encarnación: Cristo verdadero Dios y verdadero hombre; en el hondo misterio de la Eucaristía: Presencia Real de Jesucristo en la Hostia consagrada; en el horizonte inabarcable de la vida eterna: Cielo e Infierno.

Con esas luces en el alma, viven los Sacramentos conscientes de que son un encuentro vivificante con Cristo. Bautizan a sus hijos sabiendo que se convierten en hijos de Dios en Cristo Jesús, sin dejar de ser sus propios hijos. Reciben al Señor en la Eucaristía conscientes de recibir al Hijo de Dios hecho hombre, que quiere ser el alimento de su vida cristiana. Viven la Confirmación, seguros de que el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad les ilumina la inteligencia para tener siempre confianza en Dios, suceda lo que suceda, y les da fuerza para llevar la cruz de cada día sin caer nunca en la desesperación. Se acercan a la Confesión, sabedores de que el Señor está siempre dispuesto a perdonar los pecados, y a abrir los corazones para que tengamos la alegría de perdonar a quienes nos hagan mal.

 

Y van al Matrimonio con las disposiciones de estar abiertos a la vida de los hijos, que un día seguirán transmitiendo una Fe viva a sus propios descendientes.

¿Pesimistas? No. Horizontes de Fe, de Esperanza y de Caridad como los que vivieron los primeros cristianos, los evangelizadores de África, de América, de Australia, de Asia; como los que viven hoy tantos cristianos mujeres y hombres, solteros y casados, laicos y sacerdotes, jóvenes y mayores, de los que nadie habla, que no son nunca noticia, pero que hacen viva la realidad de la presencia de Cristo en la tierra.

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