Un dato para pensar y rezar: seminaristas y sacerdotes

Las elucubraciones, pronósticos, consideraciones generales, etc, etc, sobre las tareas que ha de afrontar Francisco varían con los autores y las circunstancias en las que escriben; y el abanico de "visiones" que se ofrece a la disposición del nuevo Papa no deja de ser amplio y variado. Hoy no entro en estas cuestiones. Me basta sólo señalar que en la Iglesia ni hay grandes "revoluciones", ni grandes "aventuras"; que ya es bastante grande la "revolución y la aventura" del Hijo de Dios hecho hombre que sigue viviendo en Su Iglesia, y hace que cada día sea nuevo, que cada Pontificado la Iglesia estrene un tiempo nuevo, engarzado con toda su historia.

Vale sí la pena recordar que la Iglesia siempre ha estado "abierta" a todas las realidades humanas; que ha "mirado" siempre al mundo, de mil formas diferentes, y que nunca, en sus 2.000 años de historia, se ha "encerrado en sí misma"; y que tampoco, por supuesto, se ha recreado en la "autoreferencia" o en la "autocontemplación", como comentan algunos. Ha sufrido, y seguirá sufriendo martirio hasta el fin de los tiempos, porque no deja jamás de anunciar a Jesucristo, Muerto y Resucitado.

La actuación de algunos eclesiásticos o laicos, cardenales, obispos, sacerdotes, no es, no ha sido, ni será jamás el signo de la Iglesia Universal, Católica.

Hoy me paro en unos datos que acabo de recibir, y que me han hecho pensar y rezar: la situación de los seminarios mayores en España.

Los seminarista apenas han aumentado del curso 2011-12 al 2012-13: 29 alumnos más, de 1278 se pasa a 1307. Y el número de ordenandos de 2011 a 2012 ha crecido todavía menos: 11; de 122 a 133. Son cifras que nos afectan a todos, porque son números que no aseguran el recambio generacional de los sacerdotes.

Más de uno habrá comenzado a elucubrar que con cifras semejantes, la Iglesia en España está caminando hacia la extinción, o aún sin llegar a tanto, a una profunda reducción de actividades, de influencia, etc., etc.

Cuando se pretende encuadrar lo que sucede en la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, como si se tratase de una institución humana más, los juicios suelen ser equivocados. Cualquier interpretación sociológica, cultural, económica, etc., de semejantes datos está abierta a toda clase de conjeturas, de análisis, que normalmente no aclararán nada. ¿Por qué? Porque se olvidan del dato fundamental: La Vocación al sacerdocio la da Dios, personal y directamente a los hombres que Él decide.

Unas veces habrá muchas vocaciones, otras veces menos. Como Dios lleva la historia y el desarrollo de Su Iglesia, lo sabe Él; nosotros apenas si los vislumbramos y, normalmente, sólo después de un cierto número de años. A la vez, sabemos algo cierto y seguro: nunca faltarán sacerdotes que trasmitan el "fuego sagrado" de los Sacramentos a las próximas generaciones.

"La oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza siempre renovada de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones al sacerdocio para que sean signos de esperanza para el mundo" (Benedicto XVI,)

 

La situación de estos tiempos de sequía vocacional de sacerdotes, nos invita a pensar y a rezar. A pensar en la acción de Dios en la historia y de manera muy particular, a descubrir los senderos por los que Dios indica caminar a su Iglesia; a pensar y ser más conscientes del tesoro que llevamos en vasos tan frágiles; a pensar, y a dar gracias a Dios, por la grandeza de los mártires y de los confesores –mártires también del Amor a Cristo-, que nos han transmitido con su Fe la realidad de la Resurrección del Señor.

Y a rezar por la nueva evangelización, por la evangelización perenne de la Iglesia. ¿Por qué fueron tan pocos los testigos directos que vieron a Cristo Resucitado? Bastó poco más que un centenar de hombres y de mujeres, y hoy creemos en la Resurrección de Cristo en todos los rincones de la tierra.

Ernesto Juliá Díazernesto.julia@gmail.com

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