¿Suicidio asistido?

Hablar del suicido está a la orden del día, después de los casos llamativos sucedidos en torno a los desahucios, y otros acontecimientos sociales. Por desgracia, el suicidio es una realidad de la que se prefiere no hablar públicamente, y es lógico. No deja, sin embargo, de estar ahí, con un buen número de miles al año, en este país, y en personas de todas las edades. ¿Por qué?

Y, para colmo, ya comienza a hablarse en algunos ambientes sobre el "suicido asistido", aunque la unión de esas dos palabras sea contradictoria. Si es "asistido", la matanza de un ser humano se llama asesinato, homicidio, o eutanasia. El suicidio no es nunca asistido.

¿Sabe la sociedad a qué está jugando cuando se banaliza el suicidio?

Y aclaro desde el comienzo que en modo alguno me refiero a esas personas enfermas psíquicas que acaban con su vida en momento de oscuridad, de depresión, de abismo existencial. La muerte suicida de esas personas es un misterio entre Dios, su creador, y cada una de ellas.

De Prada habla, y con razón, de que la idea, el deseo de suicidio echa sus raíces en un clima espiritual que banaliza el sentido de la vida, en un clima espiritual que no se abre a la existencia de la vida eterna, un clima espiritual en el que la futilidad, y la mentira, del "comamos y bebamos, que mañana moriremos" no se descubre hasta segundos antes del paso final del hombre sobre esta tierra.

¿Y por qué este "clima espiritual"?

El sentido de la vida se pierde en la sociedad actual ya cuando se permite abortar la vida en sus orígenes. ¿Una "vida" a la que puedes abortar, y tirar los restos a un cubo de basura, qué vale? El suicido, en no pocas ocasiones, es un "aborto" vivido, no a las 12, a las 16 semanas, sino a las 1.120, a las 2.240, a las 3.300 semanas. Lo que se pretende que al comenzar no tiene valor, por muchas semanas que se acumulen seguirá sin tener ningún valor. Y, al menos por sus declaraciones, tampoco tiene ningún valor para el actual presidente del tribunal supremo, que prefiere seguir con la actual "ley del aborto".

El sentido de la vida se pierde cuando el origen de la vida, el matrimonio, la unión de un hombre con una mujer en el deseo de formar familia, y transmitir amor, es tratado con la frivolidad con que, hasta el actual presidente del tribunal supremo, lo trata. Si aplica el principio de igualdad y de libertad a la vida privada, ¿va a considerar matrimonio también a la unión de dos hermanos, de un hombre y un animal, a la unión de dos viudas ancianas? Y prefiero seguir no poniendo ejemplos más aberrantes todavía que cabrían perfectamente bajo esos dos "principios".

Años atrás se hablaba con un cierto asombro del "hara-kiri", el suicidio, de algún general japonés después de la derrota de sus tropas. Hoy, hasta esa "falsa dignidad" se ha perdido; como se ha desaparecido la lucha titánica de Kirilov, el personaje de "Los Demonios" de Dostoyewsky, que se quita la vida, en la vana pretensión de conseguir así "ser libre".

 

De Prada achaca el aumento de suicidios al "clima de desesperación pagana" que reina hoy en Occidente. Y tiene razón. Si "legalmente" se pueden abortar los seres humanos que tienen algún defecto, alguna enfermedad, lógicamente la esperanza de vencer los fracasos, las desilusiones, los obstáculos, las ruinas, los desahucios, las enfermedades, los sufrimientos , etc, etc, no echa raíces en el corazón de las personas. Y entonces se llega a pensar que "no vale la pena vivir".

¿Sabe la sociedad occidental actual con qué "fuego" está jugando, defendiendo el aborto y queriendo destruir la familia? ¿Sabe con que "fuego" está jugando el presidente del tribunal supremo haciendo unas declaraciones "ideológicas" de parte, "partidistas", que serán rechazadas cuando en el tribunal supremo haya el número adecuado de personas que lean bien – y razonadamente- la Constitución?

Ernesto Juliá Díaz

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