Francisco: Un mes después

La renuncia de Benedicto XVI ha abierto, y no parece que haya muchas dudas sobre esto, una brecha que algunos quieren convertir en un auténtico abismo. Como si la historia de la Iglesia comenzara de cero, y empezara a vivir verdaderamente al entrar en el siglo XXI, el 13 de marzo de 2013.

Alguno ha llegado a comentar que con el Papa Francisco "se inaugura la Iglesia del tercer milenio: lejana de los palacios y en medio del pueblo y de sus culturas". No sé qué palacios tendría en su cabeza, sin duda, no la casa donde vive el Cardenal de Lagos, en Nigeria; ni la residencia del Obispo de Haarlem, en Amsterdam.

Y se ha olvidado que la Iglesia en sus dos mil años de historia no ha dejado de estar nunca en medio del pueblo y de su cultura. ¿Cómo se ha convertido gente de todos los pueblos y de todas las culturas sino porque han visto vivir en medio de sus culturas, vivificándolas y dándoles un sentido nuevo, a muchos miles de cristianos.

Hablando del Papa, un personaje algo conocido en tiempos pasado por aquello de la "liberación", se permite señalar que Francisco "es consciente de la crisis de la Iglesia, de la necesidad de una reforma seria, empezando por la curia romana, y esto me da razones para esperar".

La crisis de la Iglesia, que nunca es solamente crisis en un único sentido, porque el Espíritu Santo, en torno a las grandes crisis de Fe, hace surgir siempre fuerzas y gracia para que todo se renueve –la Iglesia siempre necesitada de reforma interior, que decía Ratzinger-; la crisis de la Iglesia no es una crisis de curia; es una crisis de Fe, que ya Pablo VI dibujó magistralmente: "un tiempo en el que los hombres luchan para conquistar el reino de la tierra y se olvidan del reino de los Cielos; un tiempo en el que el olvido de Dios es habitual, y parece provocado por el progreso científico; un tiempo en el que el acto fundamental de la persona humana es el de la afirmación de su libertad, que lo hace autónomo y libre de cualquier ley trascendente; un tiempo en el que el secularismo parece la consecuencia lógica y legítima del pensamiento moderno y la norma principal en el orden de la sociedad ; un tiempo además, en el que el alma del hombre se ha hundido en la irracionalidad y la desolación; un tiempo, en fin, que se caracteriza por el declinar, hasta ahora desconocido, de las grandes religiones del mundo" (7-XII-1965).

Otros, pretendiendo dar una impresión transversal de las palabras del Papa, dicen "que el auténtico poder de la Iglesia es servir a los pobres"; o que "tiene que estar dispuesta a renunciar a los privilegios y a ciertos reconocimientos sociales por la solidaridad con los más pobres", como si las palabras del Papa en torno a los "pobres" pretendieran fijar una categoría social de "pobres"; categoría social que ningún ser humano desearía aplicarse. El único sentido profundo de la "pobreza" es el del "pobre de espíritu". El hombre que se sabe necesitado de una relación profunda con Dios, con los demás seres humanos, con la realidad vivía de la creación. El hombre que sabe que no se alimenta a sí mismo .

Esta situación de crisis profunda de Fe, ¿es exclusiva de Europa, de América del Norte, de Australia? Quizá, y aquí veo yo la novedad de los tiempos que se abren al Pontificado de Francisco, y lo consideraré con más calma en otro momento. Ahora, me limito a anunciarlo.

Benedicto XVI dio las últimas grandes batallas intelectuales –después de recoger los mejores frutos- para deshacer la siembra estéril, ideológica, cultural, espiritual, de la Ilustración

En África, en Asia, en América del Sur, en Oceanía, tiene poco sentido el "atrio de los gentiles", sencillamente porque los "gentiles" creen en Dios, y nada tienen de común con los restos de la Ilustración., que se han aferrado a un pobre ateísmo

 

San Isidoro de Sevilla convierte a los visigodos sin preocuparse mucho de las controversias trinitarias de los orientales del siglo IV. Así es la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Francisco habla de predicar a Cristo Resucitado, de la caridad fraterna; de la vida con los Sacramentos, de la vida eterna, como han hecho Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan Pablo I, Pablo VI, Juan XXIII, Pío XII, etc. etc.

Sus "cantores" de hoy -antiguos "liberados"- subrayan la "curia", los "social pobres" -¿querrán que no se liberen nunca de la pobre para tener así alguien de quien hablar siempre?-, y de las culturas, y no se preguntan si quieren una cultura de "vida" o de "muerte".

Ernesto Juliá Díazernesto.julia@gmail.com

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