Elogio del silencio

"Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial".

En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Benedicto XVI, lanza una verdadera "provocación". ¿Por qué? Porque nos pone delante, y por motivos muy variados, la necesidad del silencio. Este quizá es el primero: para "discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial".

El silencio se ha de hacer, en primer lugar, en la inteligencia; y se hace cuando comenzamos a pensar, a concentrar nuestra atención sobre una cuestión, un problema, y buscamos los caminos para resolverlo, para dar una solución, dejando a un lado, pre-conceptos, pre-juicios, ideologías, y analizando la realidad de lo que tenemos delante de los ojos, delante de la mente.

¿Todos, y siempre, nos atrevemos de verdad a pensar?

"Por esto, sigue el Papa, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de ecosistema que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos".

El silencio permite al hombre liberarse de las influencias externas que puedan distorsionar su razonamiento, su análisis de la situación; y hacerse cargo de la responsabilidad de emitir un juicio propio, y en conciencia.

¿Amamos todos los hombres el silencio? Quizá una de las debilidades del hombre actual sea la de ponerse muy nervioso cuando se ve rodeado de silencio, y siente la urgencia de encender la radio, de poner en marcha la televisión, de inventarse cualquier tipo de ruido, para ahogar la "voz del silencio".

En mi libro "Pararse a pensar no da dolor de cabeza", escribí que sus páginas "quieren ser una invitación a reflexionar, en silencio, en cualquier momento, sobre nosotros mismos, sobre nuestras vivencias y reacciones ante lo que nos sucede dentro y acontece a nuestro alrededor. Momentos de amor y de odio, de rencor y de perdón, de sospecha y de confianza, de servicio y de egoísmo, de soberbia y de humildad, de ira y de mansedumbre; de tristezas y de alegrías, de nacimientos, de bodas y de muerte. Que la vida la vamos construyendo, y llevando de la mano, cada uno".

"El silencio -recuerdo el Papa- es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes".

 

Benedicto XVI subraya enseguida esas preguntas verdaderamente importantes: "¿quién soy yo?; ¿qué puedo saber?; ¿qué debo hacer?; ¿que puedo esperar?" Preguntas que más que motivos de una discusión para "llegar a un acuerdo", son una excelente oportunidad para una reflexión silenciosa, una invitación a interrogarse a uno mismo :"y así entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse el camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón humano".

El silencio es un verdadero reto para muchos hombres, y para muchas mujeres. Quizá porque en el silencio de su alma temen "oír" una vez que no desean oír: la voz de su conciencia, por si acaso, a esa voz se le ocurriera transmitir, por caminos del todo imprevistos, la voz de Dios.

¡Cuántas personas se han vuelto a encontrar consigo mismas al soportar el primer temblor nervioso, y permanecer sentados, de rodillas, saboreando el silencio de una iglesia, al atardecer!

"No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas".

Lo confieso. En muchas ocasiones, cuando tengo todavía treinta o cuarenta kilómetros en coche para regresar a casa después de un día ajetreado, siento la tentación de encender la radio para oír un poco de música, casi siempre la venzo, diciéndome. "La mejor música, ahora, en este momento, es el silencio". Y casi siempre acierto.

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.juia@gmail.com

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