Benedicto XVI: “El Señor me llama”

Era natural que un gesto insólito e inesperado, por más que jurídicamente estuviera previsto, y no sólo desde el último Código de Derecho canónico, sino desde el comienzo de la codificación del derecho en la Iglesia; era natural, decía, que provocara la multitud de reacciones de todo tipo que la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado ha generado en todo el mundo.

"El Señor me llama a "subir al monte", a dedicarme todavía más a la oración y a la meditación" Y seguir así sirviendo a la Iglesia. Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus de ayer Domingo, que dan un sentido todavía más preciso espiritual y sobrenatural, a su decisión.

De todo lo que se ha escrito hasta ahora -y mucho valdría la pena que nunca se hubiera escrito, por miserable-, me quedo ahora con una consideración que se va extendiendo entre muchas personas, y que es la siguiente.

Algunos piensan que con este gesto se puede entender que Benedicto XVI está queriendo decir que no es tan esencial para la Iglesia que el Papa sea elegido ad vitam; o sea, para todo el tiempo que le quede de vida, "hasta la muerte", cosa que a algunos parece asustarles un poco. En consecuencia lógica de esta premisa, se sugiere que la misión del papado se ejerza "en edad de trabajar", y de trabajar con eficacia. ¿Un límite de edad para el Papa?.

Dejando aparte, y aceptado, el derecho de cualquier Papa a renunciar , me pregunto:

¿No lleva esta consideración a pensar la Iglesia como una gran multinacional, que va señalando una edad de pensión a sus altos dirigentes, para sustituirlos con personas más eficientes en el trabajo? ¿No implica un razonamiento semejante, pensar que la misión de "gobernar" en la Iglesia se mide por los parámetros de la eficacia empresarial, de la gestión adecuada de la "producción" que se aprende en una escuela de negocios?

Si algo ha quedado muy claro en estos gestos de Benedicto XVI es que la Iglesia es de Cristo; que Dios interviene en la historia de los hombres; y que la Fe es la luz que nos hace estar atentos a los requerimientos de Dios. Que los hombres y las mujeres que participamos en la vida de la Iglesia, todos los creyentes, actuamos sí como humanos, y a la vez, estamos realizando una verdadera obra de Dios. ¿Cómo se entiende, si no, que la fuerza más grande que mueve la historia de la Iglesia sea la oración, el testimonio de los mártires?

Hablar de una edad límite para ejercer el Pontificado me parece algo con muy poco sentido, si es que tiene alguno. No existe ninguna edad límite para ejercer, y ser, padre, madre. Y la Iglesia es la Familia de Dios con los hombres. La enfermedad puede impedir desarrollar adecuadamente la labor, es cierto. ¿Pero acaso la grandeza de Dios no se manifiesta también, y muy especialmente, en la debilidad de los hombres, en la fragilidad de las criaturas, que llegan a realizar grandes obras de Dios dejando actuar al Espíritu Santo en su fragilidad?

Benedicto XVI es un buen ejemplo. Y se descubrirá cada día con mejores relieves las profundas luces que deja en su Pontificado, no obstante sus limitaciones.

 

Es cierto que también hay enfermedades que llevan consigo tal decaimiento físico, orgánico, que altera de muy diversas maneras el ejercicio de las facultades mentales, que puede llevar a cualquier tipo de personas a una radical imposibilidad de actuar como ellos mismos. La renuncia siempre está abierta, y en algunos casos Dios la hace ver: "El Señor me llama".

Un político italiano, y no precisamente un confeso creyente, comentó la renuncia del Papa señalando que un gesto semejante había elevado el tono de la campaña electoral: "Todos nos hemos visto obligados a reflexionar sobre conceptos como espiritualidad, el valor de lo eterno, el papel de la autoridad en el mundo moderno, etc.".

En definitiva, les ha ayudado a darse cuenta de la necesidad de contemplar las cosas de la sociedad desde otros ángulos de vista más cercanos a la realidad y riqueza del hombre, que es más que la de su simple condición de "ciudadano".

Han comenzado también a surgir, aquí y allá, "perfiles" para el Papa que "se necesita". Y también no creyentes se han lanzado a aconsejar a los cardenales que tipo de Papa tienen que elegir. Estos "perfiles" no pasan de ser perfiles de marionetas, de fantoches. Muy lejanos de una consideración que me ha venido a la cabeza estos días.

Malcolm Muggeridge, periodista inglés, converso católico de la mano de Madre Teresa de Calcuta, pensando, en 1977, en un Papa que se tuviera que enfrentarse a lo que él llamaba una nueva edad oscura de la Iglesia, en la que sin duda estamos, le gustaría encontrar un hombre con el ímpetu de Ignacio de Loyola; con la inteligencia de John Henry Newman, con la valentía del Cardenal Mindezenty; y con la caridad de Madre Teresa de Calcuta.

A Malcom Muggeridge le faltó añadir, y con la humildad y el sentido sobrenatural de Benedicto XVI.

Ernesto Juliá Díazernesto.julia@gmail.com

Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato