Aborto-cero o Canto a la vida

Las calles y plazas de muchas ciudades españolas oirán en estos días esos cantos, que son un verdadero clamor de esperanza en el hombre, en la familia, en la vida.

Es el Canto que salió de los pulmones de una criatura tirada a un cubo de basura como resto de un aborto "por envenenamiento salino". En el cubo de basura los pulmones del niño –ya desechado y despreciado-, se abrieron al respirar libre, purificaron el aire hediondo del estercolero, y la criatura comenzó a llorar. El llanto encontró vida a su alrededor.

La enfermera que lo había tirado al cubo, escuchó el gemido y, con lágrimas, convenció a los médicos, que habían llevado a cabo el "envenenamiento", para que hicieran todo lo posible por salvar aquella vida que se había resistido a ser destruida. ¿Era consciente la criatura que estaba defendiendo su derecho a vivir?

Los médicos, y la enfermera, arrepentidos, lo salvaron.

Hoy, este hombre, está casado y tiene cuatro hijos sanos y robustos.

Canto a la vida. Son ya más de 40.000 personas, y sólo en Estados Unidos, que sobreviven a un aborto. Y quizá muchos otros, en todo el mundo, no figurarán en ninguna estadística, mientras tratan de abrirse paso, gracias a que han encontrado siempre un corazón dispuesto a ayudarles a entrar de nuevo en una sociedad que ha querido rechazarlos.

Hoy he visto sonreír a una niña de apenas dos meses. Una sonrisa respuesta a la sonrisa de la madre que acababa de alimentarla en sus propios pechos. Y desde hace un par de semanas, premia a la madre con una sonrisa en esos instantes.

Canto a la la Vida. Aborto-cero. Y todavía hay gente que quiere impedir que mujeres que se avergüenzan de sus embarazos no maten a sus hijos, y los den en adopción a alguien que anhele recibirlos, alimentarlos, amarlos.

¿Comercio de criaturas? ¿Acaso no es comercio de criaturas la matanza de inocentes en las clínicas abortivas? ¿Es que acaso las madres tienen el "derecho" a matar a sus criaturas, y no tiene el "derecho" de mover la caridad de una persona para que acojan y den nombre a sus hijos?

 

¡Cuantas enfermeras monjas y no monjas, cuantas mujeres casadas y solteras, podres y ricas, habrán acogido en su casa, a niños y niñas abandonadas, les habrán dado cariño y alimento, y habrán sembrado en sus corazones un poco de la alegría de vivir, de amar y de ser amado!

Una monja, a quien atendí en el momento de su muerte, recién cumplidos los 100 años de vida; y que abandonaba esta tierra con plena lucidez mental, me comentó que se presentaba ante el Señor con todas sus miserias y con una gran alegría: la de haber salvado de la muerte a muchas criaturas rechazadas por su madre en el mismo momento de dar a luz. De esas criaturas, cinco eran ahora sacerdotes.

-Cuando se enteren de mi muerte, sus oraciones me llevarán al Cielo.

Le dije que estaba seguro de que, sin esperar esas oraciones, la Virgen le abriría la puerta.

Ernesto Juliá Díazernesto.julia@gmail.com

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