Santos y difuntos

La santidad es "democrática", no es privilegio de unos pocos. Ser santo es el triunfo de la gracia y de la redención de Dios en una persona concreta. Los santos y las santas son variados y muy diferentes entre sí: mártires, obispos, sacerdotes, religiosas, reyes, pobres y mendigos, madres, pecadores conversos. El santo y la santa siempre son reformadores, porque con su vida, reformándose a sí mismos renuevan la Iglesia, lo caduco, lo accidental. En todos, fueron normales como tú y como yo, hay un punto de lo que podríamos llamar locura. No se conformaron con lo correcto socialmente, con cumplir. A  Escrivá en los años 30 y 40 le llamaron loco y hereje por predicar con todas sus fuerzas la llamada universal a la santidad. Estas crisis mundiales, son crisis de santos. Y felicidades a todos los santos.

Llega un momento en la vida, en que tienes más amigos, familia, etc., en la otra vida que en esta. La doctrina católica nos dice que hemos de purificarnos en esta vida y también en la otra para ver a Dios cara a cara. Una lágrima se seca, una flor se marchita, pero las oraciones, los sacrificios, las horas de trabajo ofrecidas por quienes han fallecido les ayudan a purificarse. Leo  un texto de santo Tomás Moro sobre su devoción a las almas del purgatorio: a los pobres y necesitados se les ve, a veces podemos darles incluso para que no nos den la lata. Pero rezar por los difuntos a quienes no vemos es una obra de misericordia genial. El pueblo cristiano lo tiene muy claro, por eso estos días los cementerios y las Iglesias se llenan para rezar por los difuntos, sin que nadie toque a rebato. La comunión de los santos; cielo, tierra, purgatorio es una realidad palpable. Y al tiempo una ocasión estupenda para servir a Señor que no pueda morir.


 
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