El último documento de la Congregación para la Educación Católica

Clase de religión. Imagen de la Conferencia Episcopal.
Clase de religión. Imagen de la Conferencia Episcopal.

La Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó hace unos días la instrucción de la Congregación para la Educación Católica "La identidad de la Escuela Católica: para una cultura del diálogo". Aunque su propósito es prevenir divisiones en el sector esencial de la educación, en el texto se percibe que el conflicto campa ya a sus anchas. 

Por un lado, el escrito apela a la necesidad de recuperar la identidad; por otro, incide en que la escuela no se sitúa en el contexto de hace unos años, sino en otro multicultural y secularizado (es decir, a sus aulas no acuden sólo los hijos de los católicos, sino muchos alumnos que no lo son). En este sentido, plantea dos retos difíciles de integrar: mantener la personalidad y, al mismo tiempo, establecer puentes con una realidad social que no es católica. 

Un aspecto que llama la atención es la generalidad del documento, salvo cuando alude al servicio de la autoridad eclesiástica; aquí desciende hasta el detalle y es donde trasluce particularmente el conflicto, pero no entremos en este charco... Hay otro aguazal más interesante: el diálogo que invoca el dicasterio como elemento constitutivo de la educación y que en tantos colegios no se entiende o, simplemente, se obvia. 

El punto 30 de la nota reza así: la escuela católica encuentra su desarrollo “en la dinámica dialógica trinitaria, en el diálogo entre Dios y el hombre y en el diálogo entre los hombres”. Por tanto, “debe practicar ‘la gramática del diálogo’, no como un expediente tecnicista, sino como modalidad profunda de relación”. Resulta verdaderamente interesante. El diálogo no es la presentación del mensaje cristiano, sino algo anterior y superior: un dinamismo constitutivo de la Iglesia y del mismo ser de Dios. Es necesario, por tanto, que aparezca en los centros educativos porque la persona se desarrolla en la medida en que entra en él. 

Es decir, el escrito remarca la importancia de la entidad. Ciertamente, es crucial: donde se juega la escuela católica su fecundidad es en sus docentes. Pero, además, subraya las dinámicas educativas que se establecen. El problema es que en ambos supuestos se falla. En el primero, por complejos y vaguedades conocidos y extendidos. En el segundo, al limitarse a exponer un ideario, unos contenidos, como si la evangelización se pudiese encorsetar en unidades didácticas. No van por ahí los tiros… 

A la escuela católica le corresponde formar personas que quieran lanzarse a buscar respuestas y arriesgarse a no hallarlas. Preparar el terreno para esta dialéctica. Este es el cometido que me comentaba al hilo del documento un religioso y sacerdote dedicado más de media vida a este modo de educar: trabajar al niño, al joven, de modo que, al encontrarse con la verdad, pueda reconocerla o rechazarla. Por eso no puede impartirse a modo de píldoras que atragantan al alumno; esto es como tratar de sembrar en un camino empedrado. Generar la cultura dialógica es precisamente arar la tierra para que la semilla germine... Y también para que ocurra lo contrario, pero no porque la siembra choca contra un pedregal, sino porque el alumno, en su libertad, decide no acogerla. 

En definitiva, la educación católica es, además de cultivar, preparar la tierra; ayudar a los niños y jóvenes para que sean capaces de abrirse a la posibilidad de entender el mundo y el sentido de su vida a través del encuentro con la verdad. Y la verdad suprema es Jesucristo, por eso tiene sentido que la Iglesia eduque y tenga instituciones para ello. Pero este charco, otro día. 

Doctora en Ciencias de la Información.

Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia

 
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