Inteligencia artificial y adanismo

Adanismo.
Adanismo.

Todas las civilizaciones antiguas colapsaron. Culturas que parecían inagotables (los incas, los mongoles, el Egipto faraónico, el gran imperio romano…) sucumbieron bien por razones externas como invasiones, bien por motivos internos como debacles económicas o crisis políticas. Unas cayeron inesperadamente, otras se apagaron lentamente.

Me venía esto a la cabeza al leer que un grupo de más de 300 investigadores ha firmado una carta en la que comparan la amenaza implícita a la inteligencia artificial (IA) con la de una gran pandemia o una guerra nuclear. La misiva cuenta, entre otras, con las rúbricas de los directores ejecutivos de Google DeepMind, Anthropic y OpenAI. Riesgo de extinción de la humanidad es la expresión que refieren. Ni más ni menos.     

Al margen de los posibles escenarios apocalípticos de los que advierten estos expertos (que ponen los pelos como escarpias), no está claro si la IA de andar por casa, por así decirlo, depende del uso que se le dé o es un arma que carga el diablo. Una duda que invita a hacer memoria y a elevar la mirada.     

La memoria lleva, entre otros escenarios, a la Revolución Industrial y al movimiento ludita, que se opuso a las máquinas porque pensaban que acabarían con el trabajo de las personas. Y la realidad es que la sociedad ha evolucionado y ha ideado ocupaciones insospechadas en el siglo XIX (hay que ir con cuidado con los agoreros porque, a lo largo de la historia, han metido mucho la pata). Quizás con esta tecnología se evolucione de manera parecida.   

No obstante, si elevamos la mirada, la IA puede provocar un empobrecimiento del hombre que, efectivamente, sea una amenaza social, entre otras cosas, porque puentea el acto de pensar, cuando éste lleva a decidir rectamente. Si uno claudica de esta función esencial, ¿qué hará ante una duda moral? ¿Preguntar a Alexa? La máquina recopila datos, pero carece de libertad, sabiduría y, por lo tanto, de discernimiento. Y sin estas condiciones el ser humano no puede funcionar individual ni socialmente.   

De todas formas, si la IA, aunque sea en un nivel doméstico o laboral, puede llegar a ser letal es por aparecer en un contexto herido previamente. Una sociedad donde ya no hay una sabiduría práctica, sino cosmovisiones particulares, en la cual la información ha sustituido al conocimiento. Antes, aunque un campesino no leyese a Tomás de Aquino, tenía claro qué era lo bueno y lo malo para conducirse en la vida.

Evidentemente, había idiotas y depravados, como en todo tiempo y lugar, pero se respiraba un sentido común heredado y aceptado. Ahora el adanismo (que acrecentará, sin duda, la IA) lleva a que todo se invente de nuevo y eso empobrece muchísimo. De nada nos sirve que haya existido Aristóteles. Una muestra es la dificultad cada vez mayor de los jóvenes y los no tan jóvenes para decidir bien en cosas fundamentales e inherentemente humanas: en la educación de los hijos, en el ocio, a la hora de solventar una crisis matrimonial.

Es como si estuviéramos desarmados. Y en parte tiene que ver con las tecnologías que evitan el esfuerzo del estudio y del trabajo manual, que impiden el desarrollo de la paciencia necesaria para escuchar a los mayores, que incapacitan para el silencio y la contemplación.     

Así pues, no sabemos si las máquinas esclavizarán a la humanidad como sugiere la ciencia ficción. O si con la IA se presentará la distopía de Orwell (quizás ha llegado ya, porque se puede saber con quién hemos estado y dónde en los últimos años rastreando nuestros teléfonos.

 

Ahora es más fácil que nunca iniciar una dictadura o una persecución religiosa). Lo que está claro es que, en lo que esté en nuestra mano, conviene poner en su sitio esta tecnología, de modo que sea un auxilio para el hombre y no una ocasión para la deshumanización. No hace falta llegar a las bestias mecánicas de Terminator o al mundo metálico de Matrix… Con cabezas y corazones oxidados, nuestra civilización puede colapsar.  

Carola Minguet Civera

Universidad Católica de Valencia

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